Inicio 9 Críticas y Reseñas 9 Vírgenes suicidas y Carrie: adolescentes, sangre y pueblo

Hace poco, por recomendación de Mariana Enríquez, empezó a circular nuevamente entre lectores del género una novela más famosa por su versión en cine: Virgin Suicides. El libro, escrito por Jeffrey Eugenides en 1994, fue adaptado por Sofía Coppola un par de años después en lo que sería su primer largometraje. Ella, hasta ese momento, había realizado un corto con el padre (Life Without Zoe, 1989) y otro sola (Lick the Star, 1998) pero, sobre todo, había empezado a desarrollar una carrera como actriz. Touché, elegir una gran obra y ponerla en movimiento, ofreciendo la posibilidad de nuevos sentidos, puede ser el comienzo de un trabajo distinguido en la industria cinematográfica, como lo fue para la directora, o el pico de una carrera de escritora que, ya consagrada, ofrece al público sus influencias y secretos. Aquí lo que propongo es armar una serie que nos permita ver estas obras en diálogo. Esta serie comienza en Maine, en 1974.

En entrevistas donde se le preguntó acerca de Carrie, Stephen King ha dicho que no sentía que fuera una gran obra esa que estaba escribiendo y que era su esposa, a lo Lady Macbeth, la que le insistió para que la continuara. El final fue feliz y fue como un principio, en realidad. No era lo primero que había escrito, pero sí lo primero que le publicaban y le pagaban por publicar. El resto no es historia: al poco tiempo Brian de Palma hizo la peli llenando de brillos, humos y miradas ese mundo de adolescentes vengativos, telequinesis y fanatismos religiosos. Una especie de espejismo de una era contemporánea a la novela, con ribetes de eras que vendrían. 

Una de las cosas más llamativas en todas estas obras es la aparición de un elemento clave: la sangre, pero no cualquiera, la sangre menstrual. Stephen King comenta frecuentemente que había sentido una extrañeza al escribir una novela que tocara el tema. Puede que él se sintiera en terreno ajeno pero lo cierto es que agarró un leitmotiv de la adolescencia para volverlo un principio del miedo. La primera menstruación como el despertar sexual, en esta historia, es el despertar de los poderes ocultos de una muchachita oprimida, sola, pero llena de deseos. La cosa se pone caliente, podríamos decir. 

Entrevista sobre Carrie

Acá me permito viajar en el tiempo y traer a las cinco hermanas Lisbon, protagonistas de Virgin Suicides. Uno de los elementos que salta a la vista en las primeras páginas del libro y que, también, llama la atención de los narradores de la novela son todas esas chucherías, algodones, toallitas y tampones que abundan en la casa de esa familia. Es cierto que el cupo femenino es amplio y que, por sentido común, los baños estarían repletos de instrumentos de higiene femenina. Pero lo que todo aquello parece indicar es, en el fondo, que en esa casa abunda la sangre y que, al igual que Carrie, esas niñas han dejado de ser tal cosa para pasar a ser sujetos deseantes o bien podríamos decir, mujeres con poder.

La escena de Carrie en las duchas del colegio con una pierna chorreando de sangre y la risa multiplicada de las compañeras es de terror. En la novela de Stephen King, Carrie es una adolescente como esas que conocemos o que supimos ser: llena de granos, con mal aliento, tartamudeante. En cambio, en la película, Brian de Palma eligió a una rubiecita angelical con una cara suave bien de los setentas: Sissy Spacek. Así de chiquita (yo la recuerdo especialmente de Badlands, una película de Terrence Malick de tres años antes, en donde ella y su novio interpretado por Charly Sheen prenden fuego la casa del padre alcohólico y abusivo y se fugan al desierto), imprime en su cara un grito desesperado de miedo porque piensa que está lastimada. Esa herida imaginaria resuena en la boca de la madre quien le indica que ahora pasó a ser una condenada de la tierra más, una pecadora que irá al infierno por el simple hecho de ser mujer. Mientras tanto, en un suburbio de Detroit, al grupo de hermanas Lisbon se les prohíbe tener vida social fuera de la casa. El terror de papá y mamá es que las chicas disfruten con sus cuerpos y vivan a través de ellos. Lo que no saben es que el resguardo transforma a los diamantes preciosos en diamantes preciados, y que lo que más se aprieta, más fuerte explota. 

En la novela, Jeffrey Eugenides retoma una manera de contar que ya estaba en Carrie: a través de testigos y de distintos materiales de archivo, propiamente construídos para la diégesis del relato. Que los objetos del deseo –ya sea para los lectores como para los narradores, de ambas novelas– no puedan hablar, los vuelve misteriosamente aterradores. Jamás sabremos por qué las hermanas Lisbon se suicidaron, tampoco sabremos si Carrie hubiese podido vivir una vida más amable. Ambas novelas están construidas sobre la misma premisa: tratar de entender qué ocurrió en ese pueblo, con esas chicas. El narrador plural de Virgin Suicides es la voz de esos chicos que eran compañeros de colegio y vecinos de las hermanas, que las deseaban en secreto y que llegaron a tener ciertos intercambios con ellas. Muchos años más tarde, ya adultos, hacen un recorrido por recuerdos, diálogos con vecinos, psicólogos y médicos para reconstruir esa historia, ese pasado, esas vidas y ese misterio. ¿Por qué se mataron? ¿Algo o alguien hubiese podido evitarlo? 

La historia de las hermanas Lisbon comienza con el primer intento de suicidio. La ironía trágica es que padre y madre entienden que deben hacer algo distinto. Es así que habilitan un festejo de cumpleaños y la entrada de los “varones” a la casa. La pequeña Cecilia, de trece años, se mata ahí mismo, cuando todos comen papitas, tirándose por la ventana del cuarto directo a una reja puntiaguda. Si hay algo que comparten estas dos novelas es eso: no hay finales felices. No puede haberlos. 

Carrie, la película que hizo Brian de Palma a partir de la novela, y Virgen Suicides de Sofía Coppola, profundizan en un aspecto planteado en ambas obras: la belleza en el deseo de muerte, ya sea suicidio o venganza. Este es el pequeño homenaje que montan les realizadores a esas grandes obras de la literatura. Carrie es una chica flaquita, delicada, que se mueve casi imperceptiblemente entre sus compañeros del secundario. Tiene ojos claros y usa esa ropa de chica bien que hoy resuena en las nostalgias vintage. Su amor por Tommy Ross, ese chico que al principio le está haciendo un favor a otro al salir con Carrie, es inocente y genuino, de una entrega llena de ilusión. Brian de Palma nos arma una fiesta de egresados con todos los destellos y yeites para crearnos esa idea de que todo va a estar bien. Carrie puede ser feliz por una noche. El sufrimiento puede terminar. Hay una escena de lentos y miradas que confirman que el amor entre estos dos jóvenes, en el fondo, podía ser posible y real. Sin embargo, la catástrofe. Nadie se salva. Ni Tommy, ni la Srta. Collins, los únicos que tienen simpatía por Carrie. 

En la película de Sofía Coppola, la construcción de la belleza está también en los tonos, en los camisones y vestidos con volados. En Kristen Dunst a la hora del crepúsculo sobre el pasto mojado. En llevar a la representación una de las consignas del libro: aquel momento, también de ilusión, en donde las hermanas se comunican por teléfono con los vecinos a través de vinilos. La película ahonda en ese gesto, volviéndolo esencial para la trama. Cada escena tiene su música, su sonido, especialmente armado por el dúo francés Air. Las chicas planifican sus muertes y las arman, como la ruta de los fantasmas del Italpark, para que los vecinos las recorran. Sofía Coppola nos muestra la belleza tétrica de este show del suicidio. Cuatro cuerpos aún calientes de cuatro jóvenes deprimidas, aburridas, hastiadas de esta vida que recién comienza y ya tiene gusto a muy poquito. La belleza de detener el paso del tiempo y guardar la imagen en un momento, sin degradación, sin vejez. 

Estas son piezas que ejemplifican un aspecto particular del terror norteamericano: la adolescencia. Sus chicas  en camino a ser mujeres que encuentran la forma de vengarse de todo ese maltrato pueblerino –clásico como el acoso a lo Carrie– o solapado en la admiración excesiva. Maduran el fin de sus mundos, van más allá de sus madres y padres para recordarnos que el mundo es un lugar horrible o que lo que parece hermoso será horrible después.