Inicio 9 Bibliografía 9 La Autobiografía de Franklin y el Sueño Americano *

Entre los tantos géneros que Franklin supo cultivar se encuentran el proverbio, el ensayo, el editorial, el jeu d’esprit, el hoax, la bagatelle, la sátira, las cartas, el panfleto, el discurso, el anuario, el periódico y, por supuesto, la autobiografía.[1] La crítica generalmente admite que escribió las mejores bagatelles en cualquier idioma y yo me considero dentro de los herejes que opinan que, en la era en que las cartas eran literatura, él era por lejos el mejor escritor epistolar.[2] Escribió tantas y tan buenas que no puedo enumerar, en los minutos que me quedan, los títulos de sus escritos más ingeniosos. Por ende, me circunscribiré a realizar algunas acotaciones sobre un solo aspecto de su obra más conocida.

La Autobiografía de Franklin es el primer gran libro de la literatura norteamericana y, de alguna manera, pervive aún como el más importante. Si bien no se puede afirmar que posea la perfección estructural de, digamos, Los embajadores de Henry James o La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne, ni que posea el grandilocuente lenguaje de Melville, Whitman o Faulkner, sí se puede, en cambio, sostener que la Autobiografía de Franklin posee “esos breves y rápidos sondeos realizados en el eje mismo de la realidad”,[3] los cuales, según Melville, eran la piedra de toque de la genialidad literaria. Un buen ejemplo es cuando el joven Franklin abandonó su dieta vegetariana luego de observar que los peces grandes se comían a los pequeños (y luego de ver y oler al pescado fresco friéndose en la sartén) y así, entonces, terminó comiendo pescado; el viejo Franklin que escribe la Autobiografía comenta irónicamente sobre la justificación del joven: “Qué conveniente es ser una criatura racional, ya que le permite a uno encontrar o crear una razón para cada cosa que se le ocurra” (p. 88). El profundo escepticismo de Franklin acerca de la razón, sus posiciones implícitas en los debates psicológicos y teológicos del siglo XVIII sobre voluntarismo y su pesimismo en lo que respecta a la vanidad y el egoísmo de la humanidad son temas importantes en la Autobiografía (así como en la cita más arriba) y están allí para quien lea con atención.

Pero poca gente lee la Autobiografía por su sátira sobre la naturaleza del hombre, por sus importantes contribuciones a las preguntas clave de la filosofía ética y moral que llenaban las bibliotecas de su siglo o por su burla hacia varias religiones y doctrinas religiosas. No es por esos temas que ese libro ha tenido una influencia tan importante sobre norteamericanos contemporáneos tan dispares como Chen Ning Yang, chino de nacimiento y ganador del Nobel de Física de 1957, y el georgiano candidato a presidente en 1976, Jimmy Carter.[4] No: estos temas suman profundidad a su grandeza, riqueza y complejidad a su pensamiento, textura y sutileza a su lenguaje, y contenido que generalmente es ignorado y subestimado. Ahora bien, amigos de Franklin con los que este intercambió cartas sobre aspectos del libro, tales como Joseph Priestley y Henry Home, Lord Kames, o aquellos que leyeron el manuscrito a su pedido, como Richard Price y La Rochefoucauld, habrían apreciado estas sutilezas.[5] Pero todo el mundo conoce, o cree conocer, un gran tema y objeto de la Autobiografía. Todo el mundo puede decir por qué el libro ha sido tan enormemente popular y por qué se encuentra entre los clásicos de la literatura norteamericana.

Es porque Franklin nos dio la formulación definitiva del Sueño Americano. Pero ¿qué es el Sueño Americano? La respuesta más simple, y la idea más compartida, es la que expresa el viejo cliché de “pasar de la pobreza a la riqueza”.[6] Este tema ciertamente no es nuevo para la Autobiografía de Franklin o para la literatura norteamericana, y más si tenemos en cuenta que Franklin es usualmente considerado el padre de la historia del éxito de Horatio Alger, historia popular de la época.[7] En realidad, estas historias eran reversiones de baladas y chapbooks del siglo XVII y del Renacimiento, tales como The Honour of a London Prentice y Sir Richard Whittington’s Advancement. Tales baladas usualmente relataban el ascenso del protagonista por un repentino golpe de suerte o por caballerescos logros.[8] La versión que hace Franklin de su ascenso es similar al motivo que exponen, en miniatura, los numerosos panfletos de promoción americanos, tales como Leah and Rachal,de John Hammond, que destacan por hacer hincapié en la posibilidad de que el hombre corriente ascienda a base de esfuerzo y frugalidad.[9] Es sobre esta base del motivo del Sueño Americano que la Autobiografía combina el atractivo popular presente en las viejas baladas con la idea de América como una tierra de oportunidades, constante usual en los panfletos de promoción, a la vez que recuerda a las más arquetípicas ideas de Occidente, a la vez paraíso terrenal y cénit del progreso de la civilización.[10]

Pero la Autobiografía, como todo lector sabe, no versa solo sobre el ascenso económico de Franklin. Como mucho se trata de un asunto menor. Cuando se refiere al mismo, lo hace por razones muy inmediatas, casi todas tan importantes como su patrimonio. Por ejemplo, cuando Franklin nos cuenta que su esposa Deborah le compró “un bol de porcelana china con una cuchara de plata […] sin que yo lo sepa”, nos lo relata no solo queriendo ironizar (“ella pensaba que su marido merecía una cuchara de plata y una porcelana china tanto como sus vecinos”), sino también por el testimonio que esto supone de las recompensas del Esfuerzo y de la Frugalidad (ya que esto sigue a un fragmento en el cual ensalza a Deborah como compañera) y, por supuesto, en parte como un testimonio de los comienzos de su fortuna. Si bien Franklin escribe frecuentemente sobre lo pobre que era, raramente menciona su posterior riqueza. Bien podría argüirse que, al llamar dos veces la atención sobre su retiro de los negocios, Franklin indirectamente hace alarde de su éxito económico. Pero la estructura sintáctica en ambas ocasiones da entender que su mayor fijación eran los negocios públicos, no su patrimonio.[11] La definición del Sueño Americano como pasaje “de la pobreza a la riqueza” es en realidad una parte menor del motivo del Sueño Americano en la Autobiografía de Franklin. Aquellos lectores que están insatisfechos con la Autobiografía porque es poco más que una clase práctica sobre cómo hacerse rico, terminan ellos mismos enfatizando el degradante mensaje que tanto critican.

Un segundo y más importante aspecto del motivo del Sueño Americano en la Autobiografía es el del ascenso de impotente a importante, de dependiente a independiente, de indefenso a poderoso. Franklin cuidadosamente traza un paralelismo con este motivo y el del paso “de la pobreza a la riqueza” en el comienzo de la Autobiografía: “Habiendo salido de la pobreza y de la oscuridad en la cual nací y crecí, a un estado de prosperidad y a algún grado de reputación en el mundo”.

Este aspecto del motivo del Sueño Americano es lo que le da al libro gran parte de su profundidad alegórica y de su poder como arquetipo. Los lectores frecuentemente notan que la historia del ascenso de Franklin tiene su contraparte en el ascenso de los Estados Unidos. Franklin era consciente de esto. A finales del siglo XVIII, era el hombre más famoso de Occidente. Incluso John Adams, en un ataque que le dirigió treinta años después de su muerte, concedió: “Su reputación era más universal que la de Leibnitz [sic] o la de Newton, que la de Federico o la de Voltaire, y su personalidad es más amada que la de cualquiera de ellos”.[12] Y Franklin era así de famoso como estadounidense.[13] Frecuentemente escribía sobre los Estados Unidos, estaba familiarizado con todas las ideas de la época sobre los Estados Unidos, y sabía también que su Autobiografía iba a ser leída, al menos por algunos ingleses y europeos, como un libro sobre los Estados Unidos. Como Benjamin Vaughan señaló en una carta dándole ánimos a Franklin para que continuara con la Autobiografía: “Todo lo que te ha pasado está también conectado en detalle con las costumbres y la situación de un pueblo en ascenso”. También artículos académicos, tales como el de James M. Cox, muestran que el libro ha sido leído frecuentemente como una alegoría del ascenso de los Estados Unidos al poder y a la independencia.[14]

Una razón todavía más importante para explicar el poder y la popularidad del libro reside en el atractivo del ascenso arquetípico del individuo de la impotencia al poder, de la dependencia a la independencia. En el normal desarrollo que cualquier ser humano experimenta de la nebulosidad a la identidad, de la infancia a la madurez, todos nosotros recapitulamos la experiencia del Sueño Americano.[15] Es por esto que el Sueño Americano ha sido tan importante para tanta gente como para la literatura norteamericana. Esto explica también el atractivo del mito de los nacimientos en cabañuchas de nuestros presidentes y la popularidad del rol del “hombre que se hace a sí mismo”. El Sueño Americano, en su nivel más arquetípico, encarna una experiencia universal. Pero, ¿cuál es la identidad, la fuerza, el poder o la independencia que nosotros los adultos disfrutamos? Ahí está el chiste. Para un niño muy pequeño, el poder de un adulto parece ilimitado. A un niño, a un adolescente, ese poder le parece una meta a alcanzar lo antes posible. Pero el estatus alcanzado no es la gran cosa, como cada suicidio lo demuestra. Y de esta forma, todos admitimos la triste verdad en las palabras del Pobre Richard: “Nueve de cada diez hombres son suicidios”.[16] ¿Quién podría no sentirse desencantado con la vida? No es únicamente cada persona que lee un diario o que tiene mucho trato con el público; es cualquiera que pasa la primera infancia y la niñez anticipando el glorioso estado que supone la libertad y la independencia de los adultos y que luego la alcanza, como, desde ya, lo hemos hecho todos. Cuántas restricciones que hay, cuán poca independencia real, qué agobiantes son casi todas las ocupaciones, cuán opresivos los roles que tenemos que cumplir y qué desagradables todas las innumerables fuerzas que se aglutinan bajo la terrible consigna de la vida real. ¿Quién no podría verse desilusionado con el Sueño Americano?

Lo cual nos lleva al tercer punto que reviste el Sueño Americano en la Autobiografía. El Sueño Americano es una filosofía individualista: sostiene que los individuos pueden afectar y cambiar el mundo. El Sueño Americano es un sueño de la posibilidad: no solo de riqueza, de prestigio o de poder, sino también de las múltiples posibilidades que la existencia humana tiene para la increíble variedad de gente de los más variados talentos y deseos. En resumen, el Sueño Americano es el sueño de un mundo mejor, un nuevo mundo, libre de los males del viejo y existente mundo actual. Y, para los individuos, el Sueño Americano es la esperanza de un nuevo comienzo para cualquiera de las innumerables cosas que a esta increíble variedad de seres se les ocurra desear.[17] Aunque estos anhelos puedan ser tan variados como la gente que existe, todos tienen algo en común. Antes de que cualquiera alcance cualquier grado de competitividad en cualquier campo, ni hablar de triunfar en grande, es necesario creer en la posibilidad de dicho logro. Franklin expresó su actitud gráficamente en una xilografía (la primera tira cómica norteamericana) en la cual se representa una carreta Conestoga atascada en el barro, con el conductor a su lado rezando por Hércules. Bajo el dibujo, Franklin imprimió el comienzo del conocido discurso de Catón repuesto por Salustio. Finalmente, Hércules le dice al conductor que se levante, azote a los caballos, ponga el hombro y empuje.[18]

Antes de aplicar el sentido común de hoy día al Sueño Americano, deberíamos apreciar la significación que este tenía en el siglo XVIII. El mundo ficticio creado por Franklin en su Autobiografía retrata el primer mundo completamente moderno del que yo tenga conocimiento en la literatura occidental: no es feudal, no es aristocrático y no es religioso. Basta compararlo con el mundo ficticio de la autobiografía de Jonathan Edward para darse cuenta de que el mundo de Franklin, como el de Edward, era en realidad un mundo salido de su imaginación. Sin embargo, el mundo del Autobiografía, aunque imaginario, curiosamente se corresponde con el ideal democrático del mundo tal y como lo imaginaron los filósofos y literatos europeos. El personaje Franklin – aquel aprendiz fugitivo cuyo deseo de trabajar y estudiar no tenía límites, aquel joven inocente adulado y embaucado por el gobernador Keith, aquel menesteroso adulto joven que gastó su dinero apoyando a su amigo Ralph y a la amante de este -, aquel joven es el primer ciudadano en la literatura que vive en un mundo democrático, secular y con movilidad social.[19] El personaje tiene la oportunidad de elegir (o, poniéndolo en términos negativos, enfrenta el dilema de elegir) qué hará de vida y quién va a ser en la vida. ¿Será un fabricante de velas de sebo y de jabón como su padre y su hermano mayor John? ¿Será un cuchillero como su hermano Samuel? ¿O un pintor como su hermano James? ¿O satisfará su hambre de aventuras y se hará a la mar como su hermano más grande Josiah?[20] Estas elecciones – presentadas en términos punzantes al comienzo de la Autobiografía y enmarcadas en una circunstancia en la cual su padre no podía permitirse siquiera mantener a Benjamin, “el décimo de sus hijos”, en la escuela para que se ordenara ministro – estas elecciones terminan funcionando como una serie de paradigmas para la subyacente pregunta filosófica sobre el rol del hombre en la sociedad. Pero la función primaria de este abanico de posibilidades en la Autobiografía es demostrar que el hombre realmente tiene una elección en el Nuevo Mundo, que el hombre puede crearse a sí mismo. Este es el mensaje principal del Sueño Americano de Franklin, tal y como fue el mensaje fundamental del Sueño Americano en los panfletos de promoción de los siglos XVII y XVIII y en los escritos de los intelectuales europeos.

Gran parte de las oraciones de la Autobiografía de Franklinpermanecieron intactas, pero la oración del comienzo de la Autobiografía,en la cual presenta el motivo del Sueño Americano, le causó problemas y terminó reescribiéndola. La oración terminada coordina dos frases de participio: una trata sobre como Franklin se hizo desde cero y paso de la oscuridad a la fama; la otra relata cómo Franklin tuvo en líneas generales una vida feliz; pero la cláusula principal nos dice que Franklin nos va a informar cómo es que él logró todo eso. “Habiendo salido de la pobreza y de la oscuridad en la cual nací y crecí, a un estado de prosperidad y a algún grado de reputación en el mundo y habiendo llegado tan lejos en la vida y con una considerable cuota de felicidad, los medios con los que me conduje e hice uso, los cuales, con la bendición de Dios, han tenido tanto éxito, la posteridad querrá conocerlos, ya que los encontrarán apropiados a sus situaciones y, por ende, dignos de ser imitados” (p. 43). Franklin ve los medios que una persona puede usar para crearse a sí misma, para transformar su vida en lo que quiera, como el tema principal de su libro – en tanto que es un libro sobre el Sueño Americano.

Algunos lectores (entre los que se destaca D. H. Lawrence) confundieron los medios de Franklin con sus objetivos.[21] La famosa planificación diaria y la infame tabla de las virtudes a adquirir no son las metas a las que Franklin apunta; son apenas los medios de disciplina que le permiten alcanzar sus fines.[22] Los valores más queridos por Franklin están en el libro también, ya que es un libro más sobre valores que sobre los medios para el éxito, pero ese un asunto distinto, y más amplio, y solo tengo tiempo para esbozar las implicaciones de este.

Con suma habilidad literaria, Franklin encarnó su retrato del Sueño Americano no solo en el de la juventud buscando su vocación, su oficio, sino también en la escena que hace largo tiempo se volvió la escena más visual de toda la literatura norteamericana: la llegada de Franklin a Filadelfia.[23] Franklin prepara al lector para esta escena diciendo: “He sido muy detallista en esta descripción de mi viaje, y deberé serlo también respecto de mi primer entrada a la ciudad, para que puedas en tu mente comparar los tan desafiantes comienzos con la figura que he ido construyendo desde que llegué” (p. 75). Todos recordamos la entrada de Franklin en Filadelfia: sucio, cansado, hambriento, quebrado, sus “Bolsillos… llenos de camisas y de medias”, mientras compraba tres bollos de pan. Esa imagen hace eco a lo largo de toda la Autobiografía y resuena a lo largo y ancho de la literatura norteamericana. Cerca del final de la Autobiografía, esta imagen es contrastada con un Franklin que, en 1756, fue escoltado por los oficiales de su regimiento en un viaje fuera de la ciudad: “Desenvainaron sus espadas y las llevaron desnudas todo el viaje” (pp. 238-239). Franklin luego escribe que esa exhibición fue torpe y vergonzosa, y que al final solo le provocó un considerable perjuicio político. Franklin señala, además, la absurdidad de dichas ceremonias: “La primera vez que pasé revista a mi regimiento, ellos me acompañaron a mi casa y me despidieron con un par de disparos ante mi puerta, los cuales sacudieron y rompieron varios vidrios de mi aparato eléctrico. Y mi nuevo honor probó no ser mucho menos frágil, ya que todas nuestras comisiones fueron pronto desintegradas por una derogación de la ley en Inglaterra” (p. 238). Lo que busco al citar este pasaje es, en parte, demostrar que el motivo del Sueño Americano provee uno de los elementos que dan unidad al libro, pero principalmente señalar cómo el mismo Franklin desmerece el valor de los honores públicos que le son dados, aun cuando él mismo nos los está relatando. Complejidades de este estilo pueden encontrarse en cada aspecto de la presentación que Franklin hace del Sueño Americano, incluso cuando Franklin demuestra que él es, como supo decir Matthew Arnold, “un hombre que era la cordura y la franqueza en persona”.[24] A pesar de todas las complejidades de Franklin y de su escepticismo radical, nadie duda en absoluto de su inusual y grandioso sentido común.[25]

Este tercer aspecto del Sueño Americano, el que afirma que los individuos pueden cambiar el mundo, va más allá del sentido común entronizado en la historieta del vagonero y en dichos tales como “Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos”.[26] En verdad, el Sueño Americano implica algo bastante particular. Sostiene que el logro de metas extraordinarias, el reconocimiento en alguna empresa, sea esta el fútbol o la física, la política o la academia, es una distinción que no se obtiene por un mero esfuerzo o una mera habilidad. Y el sentido, aunque sea el menos común de los sentidos, sigue sin tener nada fuera de lo ordinario. Este tercer motivo del Sueño Americano cree en la posibilidad de alcanzar algún logro extraordinario. Cuando Franklin relata su inicial gran plan para promulgar el Arte de la Virtud (el cual, en su cabeza, llegaba incluso a ser una nueva y mejor religión), sucintamente expresa una filosofía que cree en el individuo, una filosofía que da lugar a que la humanidad logre grandes cosas: “Y no estaba yo desanimado por la aparente magnitud de la empresa, ya que siempre sostuve que un hombre de habilidades medias puede llegar a lograr grandes cambios y destacarse entre los hombres, si primero elabora un buen plan, y, rechazando todas las distracciones u otras empresas que pudieran atraer su atención, hace de la ejecución de ese mismo plan su única preocupación y esfuerzo” (p. 163).

Un cuarto aspecto del Sueño Americano es, como el tercero, una consecuencia implícita de los dos primeros temas. Filosóficamente, subsume los tres motivos previos que ya mencioné. El cuarto tema toma partido en el viejo debate entre el determinismo y el libre albedrío; o, poniendo esta oposición en la degenerada apariencia que reviste ahora, entre aquellas personas que piensan que lo que hacen (sea votar en una elección, dictar una clase o responder preguntas detrás de un mostrador) hace la diferencia y aquellas que piensan que no. Obviamente Franklin está dentro de los que creen en la eficacia de sus actos. Pero Franklin no es otra cosa que un hombre complejo y un pensador complejo, ya que en sus escritos hay varios pasajes extensos – como también hay en su único tratado filosófico – que afirman lo contrario.[27] Incluso la declaración más completa y lograda del Sueño Americano, la Autobiografía, tiene notas disonantes.

En un parte del libro, Franklin afirma que sus primeros errores tenían “algo de la necesidad en ellos”. Esto quiere decir que el mundo no está gobernado solamente por el libre albedrío: la experiencia, el conocimiento, los puntos de partida -o la falta de los mismos- pueden determinar, incluso predestinar, las acciones de un individuo. Franklin habla de la convicción que tenía de joven de que “La honestidad, la sinceridad y la integridad, en los tratos entre hombres, eran de la mayor importancia para ser feliz en la vida” (p. 114). Y continúa: “Y esta convicción, con la ayuda de la Providencia o de algún ángel guardián, o situaciones y circunstancias favorables, o todo ello junto, me mantuvieron… sin ninguna deliberada y desagradable Inmoralidad o Injusticia que podría haberse esperado de mi deseo de religión. Digo deliberado, porque las Instancias que he mencionado, tienen algo de necesidad en ellas, necesarias por mi juventud, inexperiencia y la bellaquería de otros” (p. 115).

Además de los varios tipos de carencias que surgen de la inexperiencia o de confiar en la humanidad, Franklin menciona también la versión marxiana del determinismo, la economía. Debido a que el padre de Franklin no podía permitirse mantenerlo en la escuela, hizo volver a casa al niño a los diez años para enseñarle su oficio, y por ello Franklin escribe: “todo indicaba que estaba destinado a ser… un velero de sebo” (p. 57). Como sostuve más arriba, la dolorosa serie de limitantes decisiones sobre que iba a hacer de su vida se presentan con el debate del libre albedrío versus determinismo como telón de fondo, y la necesidad casi que parece ganar la contienda. Como dijo el Pobre Richard: “Hay tantas almas grandes ajenas a la fama como las hay famosas”.[28] Sin embargo, las notas deterministas son deliberadamente de menor importancia. La clásica enunciación frankliniana del Sueño Americano descansa firmemente en la creencia en el libre albedrío, pero Franklin no es ajeno a la realidad de la economía, de la educación, de la inocencia o de la maldad. Ver su versión del Sueño Americano como algo simple es leer mal al hombre… y el libro.

Un quinto y último aspecto del Sueño Americano es, como los últimos dos, concomitante con los primeros, a la vez que una precondición para su existencia. Es una filosofía de la esperanza, incluso una optimista. Creer en el individualismo y en la libertad, como en la idea de pasar de pobre a rico o de la impotencia a la importancia, demanda al individuo una cuota de esperanza. Por consiguiente, la Autobiografía es deliberadamente optimista respecto de la humanidad y del futuro, pero tampoco es que Franklin se conforme con la implicación de ello. Él nos da un ejemplo práctico del resultado de un punto de vista opuesto en el sketch del personaje del desesperanzado, Samuel Mickle. Comienza así: “Hay desesperanzados en todos los países, siempre presagiando su ruina”. Franklin nos cuenta la predicción de Samuel Mickle de la bancarrota de Franklin y de Filadelfia. Franklin da testimonio que el discurso de Mickle lo dejó “medio melancólico. Si lo hubiera conocido antes de entrar en este Negocio, probablemente nunca lo habría hecho”. Y concluye el sketch contando que Mickle se negó “por muchos años a comprar una casa… porque todo iba a destruirse y al final yo tuve el placer de verlo entregar cinco veces más por una casa que lo que le habría costado si la hubiera comprado cuando recién comenzó a lamentarse” (p. 116).[29]

Lo que hace que este sketch me resulte particularmente interesante es que Franklin falsee la conclusión por el bien de la moraleja. Nadie sabe nada sobre la personalidad de Samuel Mickle, quien bien podría haber sido un pesimista. Lo que sí se sabe es que era un agente de bienes raíces que poseía bastantes propiedades.[30] Franklin seguramente lo sabía. Sin embargo, con el objeto de mostrar los pocos prácticos resultados de una filosofía pesimista, falsifica los hechos.

Y todos sabemos que, aunque los hechos puedan ser falsos, Franklin tiene razón. Es mejor ser optimista que pesimista, mejor estar esperanzado que desesperanzado. Pero quizás no seamos capaces de serlo. Franklin sabía también que los hombres están a merced de sus personalidades, de sus formas de ver el mundo, así como están a merced de su habilidad, trasfondo, finanzas, salud y edad. Luego de la Revolución Franklin, le escribe a su hijo lealista: “Nuestras opiniones no están bajo nuestro control; ellas se forman y están gobernadas principalmente por las circunstancias, las cuales son tan inexplicables como inevitables”.[31]

Cuando el viejo amigo de Franklin, Hugh Roberts, le escribió una carta contándole del fallecimiento de dos de los ex miembros y compañeros de la junta, Franklin respondió: “Parsons, incluso en su prosperidad, ¡está siempre preocupado! Potts, en el medio de su Pobreza, ¡siempre riendo! Parece, entonces, que la felicidad en esta vida depende más de lo interno que de lo externo; y que, a pesar de los efectos naturales de la sabiduría y la virtud, el vicio y la necedad, existe tal cosa como el ser de una disposición feliz o infeliz”.[32]

El mismo Franklin parece bendecido con una disposición feliz, pero nunca se puede estar seguro con Franklin. Era capaz de una enorme autodisciplina y estaba dotado del sentido común para saber que es mejor ser feliz que miserable. El Pobre Richard sugería a sus anfitriones: “Si tienes invitados que te quieren alegrar, / intenta estar alegre, o por lo menos aparentar”.[33] Dado que un tema dominante de la Autobiografía es el Sueño Americano, y dado que este tema sostiene que es deseable y benéfico tener esperanzas, incluso optimismo, la Autobiografía de Franklin es una obra optimista. Pero sería una visión muy parcial de la vida para complacer a Franklin. Él mismo nos cuenta en la Autobiografía que a los veintiún años, mientras se recuperaba de una grave enfermedad, lamentaba no haberse muerto: “Había sufrido bastante, había en mi mente abandonado el sentido y me vi desilusionado cuando me encontré recuperándome; lamentando en algún grado que debería tarde o temprano volver a todos los desagradables trabajos que me aguardaban” (p. 107). Este pesimismo no sorprende a ningún franklinista. En efecto, sus libros contienen numerosos pasajes de este estilo. Voy a citar uno más. En su único tratado filosófico formal, él define a la vida como sufrimiento y a la muerte como ausencia de dolor: “Primero nos mueve el dolor y el curso subsiguiente de nuestras vidas no es más que una continua serie de actos con el objeto de ser libres de él”.[34]

En la Autobiografía, Franklin balancea el optimismo con las realidades de la vida, y esta tensión en su personaje está presentada por una voz autoral que llama la atención hacia lo iluso y autoengañado del personaje, y del hombre, que ve solo lo que su vanidad le permite ver. Y Franklin, además, tenía otras buenas razones para hacer de la necia vanidad del hombre un tema principal en la Autobiografía, porque la vanidad del autobiógrafo, como Franklin bien sabía, es una de las trampas más grandes del género. Pero las formas en las que Franklin lidia con esto es otro de los grandes temas de este libro, y ya estoy más que pasado con el tiempo.

Espero, a pesar de todo, haber mostrado que aun tratando su tema más obvio, como lo es el del Sueño Americano, la Autobiografía tiene unidad y es compleja. Franklin deliberadamente crea un mundo ficticio bastante particular, encarna ese mundo en algunas inolvidables escenas, crea y sostiene un personaje que está entre los más entrañables de la literatura norteamericana y escribe intensas verdades en las que nos reconocemos. Por estas, entre otras muchas razones, yo creo que la Autobiografía es un gran hito literario, mucho más compleja y, en varias formas, mucho más literaria que una novela bellamente construida del tipo de The Rise of Silas Laphan, la cual, por supuesto, debe mucho a la Autobiografía de Franklin. Aun así, yo creo que Franklin habría tenido una mayor reputación literaria si no hubiera escrito esta obra maestra. Nosotros, simples mortales, queremos llevarle la contra, pues ¿qué excusa nos deja? Howells, en The Rise of Silas Lapham, nos da la usual excusa del hombre de negocios para el fracaso financiero: no hice trampa; fui honesto y, por ende, fallé. Su reconfortante implicación es que todos los hombres que hacen dinero son deshonestos. Franklin sostiene que los tramposos no llegan lejos y que los honestos triunfan. Podemos decir (y en parte es verdad) que el libro de Franklin está escrito para los jóvenes y eso nos da un pequeño consuelo. Pero el Franklin retratado en la Autobiografía apenas nos da a la gente mayor un alivio para nuestro fracaso. Esa es parte de la razón por la cual queremos no creerle. Las leyes de la física, el saber moral de los antiguos y nuestras propias percepciones de la realidad nos dice que todo lo que sube tiene que bajar.[35] El Franklin de la Autobiografía, en cambio, se aparece detrás la tenaz cara del campesino y la gran sombra del viejo; danza diestra y mágicamente al son de la compleja música que él mismo se compuso, mientras permanece suspendido en alturas más allá de nuestro alcance.


* Primera publicación, en The Renaissance Man in the Eighteenth Century (Los Angeles, 1978). Texto tomado
de Harold Bloom (ed.), The American Dream (New York, Infobase, 2009, pp. 21-36). Trad. de Marcos
Gómez Ganatios para la Cátedra de Literatura Norteamericana (UBA), 2022. [N. d. T.]

[1] Tanto el libro de Richard E. Amacher, Benjamin Franklin (New York: Twayne, 1962) como el de Bruce Ingham Granger, Benjamin Franklin: An American Man of Letters (Ithaca: Cornell University Press, 1964), están organizados por género.

[2] Varias de mis razones para sostener esta herejía están detalladas en mi “Benjamin Franklin”, pp. 217-26.

[3] Herman Melville, “Hawthorne and His Mosses” en Walter Blair, Theodore Hornberger y Randall Stewart (eds.), The Literature of the United States: An Anthology and a History, 2 vols. Chicago: Scott, Foresman & Co., 1953, 1:1005. [En español: “Hawthorne y sus musgos”, ed. de M. G. Burello y Mariano Rodríguez; accesible en este website. N. d. T.]

[4] Ver Jeremy Bernstein, Encyclopedia Britannica, 15ª edición, s.v. “Yang, Chen Ning” y el artículo de Hugh Sidey sobre la lectura de Carter, “The Presidency”, Time, 6 de septiembre de 1976, p.15.

[5] Franklin a Priestley sobre su “álgebra de la moral”, 19 de septiembre de 1772, en Smyth, 5:437-38; Franklin a Kames, 3 de mayo de 1760, en P, 9:104-5; Autobiografía, p. 27; Franklin a La Rochefoucauld, en Smyth, 9:665.

[6] En el original, “the rise from rags to riches”. [N. d. T.]

[7] Wecter, p. 661.

[8] Para The Honour of a London Prentice, ver Donald Wing, Short-Title Catalogue of Books Printed… 1641-1700, H 2592, y The National Union Catalog: Pre-1956 Imprints, 253:502, NH 0500961; John Ashton, Chap-Books of the Eighteenth Century (1882; reimpresión ed.; New York: B. Blom 1966) pp. 227-29; William Chappell y Joseph Woodfall Ebsworth, eds., The Roxburghe Ballads, 9 vols. (Herford: Ballad Society, 1871-99), 7:587-91; y Claude M. Simpson, The British Broadside Ballad and its Music (New Brunswick: Rutgers University Press, 1966), p. 13. Para Richard Whittington’s Advancement, ver London’s Glory and Whittington’s Renown, Wing, L 2930, y el Museo Británico, General Catalogue of Printed Books… to 1955, vol. 256, cols. 1086-89; y William Chappell, The Ballad Literature and Popular Music of the Olden Time, 2 vols. (159; reimpresión ed., New York: Dover, 1965), 2:515-17. 

[9] Para más sobre el debate sobre Leah and Rachal, ver Lemay, Men of Letters, pp. 38-42.

[10] Charles Summer, “Prophetic Voices About America: A Monograph”, Atlantic Monthly 20 (septiembre de 1867): 275-306, reúne un buen número de autores desde los antiguos hasta mediados del siglo XIX que usan uno o ambos motivos. Sobre Occidente como paraíso terrenal, ver William H. Tillinghast, “The Geographical Knowledge of the Ancients Considered in Relation to the Discovery of America”, en Justin Winsor, ed., Narrative and Critical History of America, 8 vols. (Boston: Houghton Mifflin & Co., 1884-89), 1:1-58; y Loren Baritz, “The Idea of the West”, American Historical Review 66 (1960-61): 618-40. Respecto de la idea de la translatio (la teoría del movimiento hacia el Oeste de la civilización), ver Rexmond C. Cochrane, “Bishop Berkeley and the Progress of Arts and Learning: Notes on a Literary Convention”, Huntington Library Quarterly 17 (1953-54): 229-49; Aubrey L. Williams, Pope’s Dunciad: A Study of Its Meaning (London: Metheun & Co., 1955), pp. 42-48; Lewis P. Simpson, ed., The Federalist Literary Mind (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1962), pp. 31-41; Lemay, Men of Letters, pp. xi, 131-32, 191, 257, 296, 299, 303, 307, 311; William D. Andrews, “William Smith and the Rising Glory of America”, Early American Literature 8 (1973): 33-43; y Kenneth Silverman, A Cultural History of the American Revolution (New York: Thomas Y. Crowell, 1976), pp. 9-11, y revisar el índice. Aunque no parece dar indicaciones de haberse percatado del contexto intelectual e histórico de estos motivos, Paul W. Conner, en Poor Richard’s Politicks: Benjamin Franklin and His New American Order (New York: Oxford University Press, 1965), reúne varias de las alusiones de Franklin a los motivos de los panfletos de promoción en su subcapítulo “Muses in a Cook’s Shop” pp. 96-107.

[11] Autobiografía, pp. 195-96.

[12] Adams, Works, 1:660.

[13] Ver, por ejemplo, la popular medalla francesa de Franklin de 1777, la cual lleva la inscripción “B Franklin Americain” en Charles Coleman Sellers, Benjamin Franklin in Portraiture (New Haven: Yale University Press, 1962), pp. 344-46 y pl. 10.

[14] James M. Cox, “Autobiography and America”, Virginia Quarterly Review (1971): 256-62.

[15] Hasta donde sé, fui el primero en sugerir esta idea; ver mi “Benjamin Franklin”, pp. 240-41

[16] Poor Richard, octubre de 1975, en P, 3:346.

[17] Ver mis comentarios hacia una definición del Sueño Americano en Men of Letters, pp. 6-7, 41-42, 59.

[18] P, 3: xiv y 190. La cita está tomada de Salustio, La conjuración de Catilina, cap. 52, sec. 29. La traducción de Loeb Library es “Not by vows nor womanish entreaties is the help of the gods secured” (John C. Rolfe, trad., Sallust, rev. Ed. [Cambridge: Harvard University Press, 1931], p.107). [En español: “Ni juramentos ni ruegos mujeriles aseguran la ayuda de los dioses”.]

[19] Para algunos comentarios sobre el contexto democrático y moderno de la Autobiografía de Franklin, ver Paul Ilie, “Franklin and Villaroel: Social Consciousness in Two Autobiographies”; Eighteenth-Century Studies 7 (1973-74): 321-42.

[20] Autobiografía, pp. 53, 57-59; P, 1: lii, lvi-lix.

[21] D. H. Lawrence, “Benjamin Franklin”, en sus Studies in Classic American Literature (New York: T. Seltzer, 1923) pp. 13-31.

[22] Ver especialmente Herbert W. Schneider, “The Significance of Benjamin Franklin’s Moral Philosophy”, Columbia University, Department of Philosophy, Studies in the History of Ideas 2 (1925): 293-312.

[23] Hago eco de una afirmación que hice previamente en “Franklin and the Autobiography: An Essay on Recent Scholarship”, Eighteenth-Century Studies 1 (1967-68): 200-201.

[24] Matthew Arnold, Culture and Anarchy, in The Complete Prose Works of Matthew Arnold, ed.  R. H. Super (Ann Arbor: University of Michigan Press, 1960-), 5:110.

[25] Sobre el tema del sentido común en la Autobiografía, ver el criterioso ensayo de John Griffith, “Franklin’s Sanity and the Man behind the Masks” in Lemay, ed., The Oldest Revolutionary: Essays on Benjamin Franklin (Philadelphia: University of Pensylvania Press, 1976), pp. 123-38.

[26] Franklin lo enunció diciendo “Dios ayuda a aquellos que se ayudan a sí mismos” en Poor Richard, junio de 1736 (P, 2:140) y en “The Way to Wealth” (P, 7:341).

[27] Para la Dissertation on Liberty and Necessity, Pleasure and Pain, ver P, 1:55-71.

[28] P, 1:355.

[29] Comparar con el relato que hace Benjamin Franklin de cómo su hermano empezó con su periódico (Autobiografía, p.67), el cual implícitamente afirma este mismo punto.

[30] Ver el sketch biográfico en Autobiografía, p.291.

[31] Smyth, 9:252.

[32] P, 8: 159-60.

[33] P, 1:358.

[34] P, 1:64.

[35] Salustio, The War with Jugurtha, chap. 2, sec. 3, en Rolfe, trans., Sallust, p. 135.