Inicio 9 Críticas y Reseñas 9 «¡Absalón, Absalón!»: William Faulkner y la reelaboración del pasado como signo de identidad

¡Absalón, Absalón! presenta una serie de personajes que reconstruyen, una y otra vez, la misma historia. Ambientada en el Sur de los Estados Unidos, la novela trata la vida de Thomas Sutpen, un hombre quien en el verano de 1833 aparece cabalgando en Jefferson, Mississippi, seguido por una banda de negros salvajes y un arquitecto francés. A partir de allí, entramos en la historia de este campesino “sin pasado”, quien llega al pueblo dispuesto a fundar una plantación y con ella, una estirpe. Dueño de una energía y una voluntad irrefrenables, Sutpen levantará casa y finca con sus propias manos, bautizará su tierra como El Ciento de Sutpen, se casará con una joven de buena familia y engendrará dos hijos, Henry y Judith, en quiénes depositará la esperanza de un legado. Sin embargo, desde el principio de la novela Faulkner anticipa la tragedia. “Una maldición y una fatal adversidad pesaban sobre el Sur y sobre nuestra familia, como si algún antepasado nuestro se hubiera establecido adrede en esta tierra predestinada a la ruina” (161), dice la señorita Coldfield, primera narradora de esta historia. Y es que, a través de las distintas voces, ¡Absalón, Absalón! aborda grandes temas que atravesaron la historia del Sur de los Estados Unidos como la esclavitud, la guerra y la familia.

El lugar de los narradores y la complejización del relato

La debacle de Thomas Sutpen y el destino funesto de su familia es algo que sabemos desde las primeras páginas. En ellas Quentin Compson, un joven de 20 años, quien ha crecido en Jefferson y ahora se dispone a partir a Harvard, escucha el monólogo de la señorita Rosa Coldfield, una anciana que no puede olvidar al fantasma de Sutpen, quien primero se había casado con su hermana, para luego deshonrarla a ella personalmente. En este primer relato, se nos presentan casi todos los hechos centrales que constituirán la narración hasta la última página del libro: Sutpen llega a Jefferson; se casa con la hermana de Rosa, Ellen y tiene dos hijos, Henry y Judith; en la universidad Henry traba amistad con Charles Bon, quien se enamora de Judith y le propone matrimonio; Sutpen no ve con buenos ojos la unión y tras el estallido de la Guerra Civil, en un confuso episodio, Henry asesina a Bon en las puertas de su casa y desaparece. Todo esto, lejos de hacer perder el interés, configura un sentido mucho más profundo, ya que es en los hiatos de ese primer relato y de los siguientes, que Faulkner centrará la tensión narrativa. Así, todos los narradores que pasan por la novela conocen partes de la historia e ignoran otras, recuerdan algunos hechos y al mismo tiempo inventan, especulan sobre las acciones del pasado y proyectan sus propias obsesiones en sus relatos. Lo que destaca entonces en ¡Absalón, Absalón! es la relación que los distintos narradores tienen con la historia; una relación íntima, conflictiva, visceral, que da la sensación de que eso que cuentan tiene que ser contado, como si fuera una expurgación sobre un pasado que no deja de atormentarlos. Como afirma Ricardo Piglia (2015: 199), “Lo que vale en Faulkner es la continua presencia de quien está contando la historia. Los narradores circulan, pero todos tienen el mismo tono elegíaco y enfurecido”.

Helen Swink (1972) señala que Faulkner construye con ¡Absalón Absalón! una compleja narrativa sobre la narrativa. Es decir, se cuenta una historia sobre el proceso de cómo contar una historia. Esto enriquece la trama de Sutpen ya que vemos cómo cada personaje interpreta los hechos según el lugar que ocupa en el relato. De este modo, cada sentido presente en la novela es doble: por un lado, cobra un sentido al interior de la narración sobre Sutpen y por otro, con la propia historia personal de cada narrador. No importa que los hechos hayan transcurrido hace más de cuarenta años, ni que los protagonistas de los mismos estén muertos y enterrados: Faulkner trabaja una y otra vez con la idea del pasado materializándose en el presente a través de las palabras. Así, representa al Sur de los Estados Unidos como una tierra que solo puede mirar hacia atrás, donde estuvieron sus días de gloria, la tierra que en las primeras páginas se describe como “ese Sur muerto desde 1865, poblado de fantasmas quejumbrosos, ofendidos, desconcertados” (5) y que en las últimas se delinea como:

“No vivimos entre abuelos derrotados y esclavos manumitidos (…) y balas en el comedor y cosas por el estilo que nos recuerden continuamente lo que no hay que olvidar. ¿De qué se trata? ¿Una suerte de vacío lleno de ira espectral e indomable, de orgullo, de vanagloriarse de sucesos que ocurrieron y terminaron hace medio siglo?” (330)

Y es que la herencia en sus múltiples sentidos es uno de los temas que más se trabajan en la novela. Esto se da tanto al interior de la historia de Sutpen como a través de las distintas situaciones en las que se cuenta esa historia, donde resalta la figura de Quentin como principal receptor de esa cadena de transmisión de relatos.

Aunque lo que destaque sean las distintas voces de los personajes, ¡Absalón, Absalón! cuenta con un narrador en tercera persona omnisciente que es el encargado de introducirnos a las distintas situaciones enunciativas. Como dijimos, la novela inicia con el relato que oye Quentin por parte de la señorita Coldfield, una calurosa tarde de verano, encerrados en su habitación. El monólogo se prolonga por horas y vuelve una y otra vez hacia ciertos hechos de la vida de Sutpen, su relación con Ellen, y lo acontecido después del inicio de la Guerra Civil. La segunda situación enunciativa se da esa misma noche, mientras Quentin espera en el porche de su casa a que oscurezca lo suficiente para acompañar a la señorita Coldfield en una misteriosa travesía. Es entonces que Quentin le pregunta a su padre, Mr. Compson, por qué esa anciana que ni siquiera es parte de su familia decide contarle la historia de Sutpen. Compson responde con otro largo monólogo, que una vez más se pierde en un pasado lleno de personajes, dónde se intentan explicar las razones de la señorita Coldfield para rechazar a Sutpen una vez muerta su hermana y más profundamente, el porqué de la imposibilidad de sus hijos, Henry y Judith, de producir descendencia. Por último, tenemos la situación enunciativa final que se da meses más tarde, con Quentin ya en Harvard, bajo el frío de Nueva Inglaterra, cuando recibe una carta de su padre y comienza a hablar del Sur con Shreve McCannon, su compañero canadiense de habitación.

A medida que se van sucediendo y alternando estas intervenciones, vemos como el relato se va complejizando. William Thorp explica el fenómeno como “un gran conjunto de cajas chinas, con la última siempre fuera de lugar” (1972). Así, las voces de los distintos narradores, los comentarios del narrador omnisciente y los pensamientos de Quentin, receptor e intérprete de todas esas palabras, empiezan a construir una intrincada trama de significaciones, donde nunca se llega a discernir cuál es la verdad final. De hecho, la mayor

virtud en esta construcción es la forma en que Faulkner emplea este narrador omnisciente, quien prepara el marco ideal para que las distintas voces cuenten su versión de la historia, aportando elementos claves que contribuyen a forjar el ambiente denso y sobrecargado que está presente a lo largo de toda la novela. Sin embargo, el rasgo que define por sobre todas las cosas a este narrador omnisciente es que no organiza ni jerarquiza el material. Las palabras de los personajes, los relatos enmarcados dentro de otros relatos, los juicios de quienes oyen la historia, el marco en el que se dan las conversaciones: todo está en un mismo plano y eso resulta fundamental para el efecto que Faulkner busca generar. En ningún momento el narrador aclara o corrige; por el contrario, todo se combina y se religa hasta formar esa masa llena de sentido que atraviesa por completo a los distintos personajes, tanto que ni ellos ni el propio lector pueden escapar.

La construcción del relato a partir del discurso oral

Otro punto clave de la prosa faulkneriana en ¡Absalón, Absalón! son los saltos temporales y los cambios constantes de narrador. Como dijimos, el narrador omnisciente en tercera persona no organiza los distintos relatos y muchas veces termina sucediendo que, al interior de un mismo capítulo o escena, se narra a través de distintos puntos de vista y temporalidades. Ejemplo claro de ello es el final del quinto capítulo donde en una misma página atravesamos tres momentos claves de la novela: primero el relato de la señorita Coldfield de cuando se entera de la muerte de Sutpen: “¿Muerto tú ¡Mentira! ¡no estás muerto! ¡El cielo no puede recibirte y el infierno no se atreve a darte albergue!” (158); luego la imagen mental que Quentin tiene de la llegada de Henry tras matar a Bon, su amigo y prometido de Judith: “Ahora ya no podrás casarte con él” / “¿Por qué?” / “Porque está muerto” (158); y por último el momento en que la señorita Coldfield le dice a Quentin que cree que todavía hay alguien viviendo en El Ciento de Sutpen: “No. Algo habita en ella. Ha estado ahí por espacio de cuatro años y vive oculto en esa casa” (158).

Con respecto a este punto, Alessandro Portelli (2000) sostiene que el cambio de temporalidad es un recurso muy habitual de nuestra habla cotidiana al dar cuenta de un testimonio sobre algo que ocurrió en el pasado. De hecho, tras realizar un experimento con entrevistas comprueba que, al contar historias familiares, la gente suele ir y volver constantemente en el tiempo, realizando comparaciones de momentos pasados con actuales. Incluso, Portelli teoriza sobre el modo en que las personas aprenden las historias familiares y descarta que estas se transmitan a través de un único relato: [Los individuos] Recogen conocimiento a partir de fragmentos de conversaciones con adultos que logran escuchar, a partir de lo que ven cuando su padre vuelve del trabajo, a partir de la forma en que respiran la experiencia en la fábrica dentro de la atmósfera que los rodea (2000: 13)

Así, Portelli termina comparando este modo de acceder a conocimientos sobre la historia familiar con el modo en que Quentin recibe esa herencia de relatos por parte de la señorita Coldfield, su padre, su abuelo y otras situaciones que se refieren indirectamente en la novela. De hecho, en el primer capítulo el narrador deja bien en claro que Quentin por haberse criado en Jefferson contaba ya con un gran bagaje de historias de su tierra: “Quentin conocía perfectamente la primera parte de la historia. Formaba parte de su herencia, de la herencia de la ciudad de Jefferson” (7) y más adelante, “Su niñez estaba poblada de nombres; su propio cuerpo era como un salón vacío lleno de ecos de sonoros nombres derrotados; él no era un ser, una persona, sino una comunidad” (8).

Thomas Sutpen y el mito como forma de explicación

Ya dijimos que ¡Absalón, Absalón! trabaja con la conversión de los distintos relatos del pasado en herencia. El Sur, parece no superar nunca su derrota en la Guerra Civil y por eso sus habitantes vuelven una y otra vez a recordar tiempos anteriores, idealizados, tan distintos a la decadencia que arrasó sus tierras a partir de 1865. Faulkner, como ya vimos, le presta especial atención a las distintas situaciones narrativas y a lo que cada voz puede aportar a la historia base. Tomando esto en cuenta no es casual que el autor le haya dado una mayor preponderancia a la última situación de enunciación, donde Quentin discute con Shreve, su compañero canadiense de habitación en Harvard. Faulkner no solo le dedica más cantidad de capítulos a este último marco para la narración (del capítulo sexto hasta el noveno) si no que en el centro mismo de la novela coloca un momento clave, que, de alguna manera, justifica la obra. “¿Cuéntanos cómo es el Sur? (…) ¿por qué viven allí? ¿por qué siguen viviendo allí?” (160), le pregunta Shreve a Quentin y es, a partir de ese momento, que Quentin comienza a narrarle a Shreve (y Shreve a Quentin) la trágica historia de Sutpen.

De esto se desprenden varias cuestiones interesantes. En primer lugar, remarcar la idea de esa pregunta casi antropológica de Shreve por el otro. Faulkner, no casualmente, decide que este personaje sea canadiense, es decir, completamente externo a la disputa Sur-Norte, haciendo posible su intervención desde un lugar neutral y distante. Shreve, del no sabemos casi nada, constantemente tratará de entender los hechos que le narra su compañero, se sorprenderá ante el frío que sufre Quentin y ante esos relatos que le parecen propios de otro mundo. Pero lo más interesante es lo que se produce a partir de esa pregunta. Porque es verdad que Quentin ha recibido una carta de su padre donde se cuenta el fallecimiento de la señorita Coldfield y que, a partir de ahí, él podría fácilmente comenzar a narrar el último encuentro que tuvo con ella. Pero también es verdad que la pregunta de Shreve escarba más profundo y es, en el fondo, una pregunta por la identidad. No es casual, entonces, que a esa pregunta de ¿cómo es el Sur?, Quentin responda con la historia de Thomas Sutpen.

A partir de este punto podemos leer la novela en otra clave. Si Quentin decide explicar la identidad sureña a partir de la figura de Sutpen, es porque su vida, de alguna manera, resume y enfatiza los rasgos propios que marcaron a esa región.

Para que la respuesta que Quentin comienza a dar a partir del capítulo sexto tenga sentido, Faulkner trabaja desde el inicio con la figura del mito. Incluso desde el título (la referencia bíblica a David quien, al igual que Sutpen provoca que su descendencia se aniquile a sí misma), la novela está plagada de referencias míticas. Esto se ve tanto en el plano narrativo como en el retórico. En cuanto a la historia, la propia figura de Sutpen es caracterizada desde el inicio como un hombre “sin pasado” que a fuerza de su propia voluntad logra levantar un imperio. La manera en que Sutpen presenta su empresa ya porta consigo esa forma de mito. Él afirma “I had a design” (242) 2, un designio, un propósito, una misión que cumplir y, como se ve a lo largo de la novela, en esa misión empleará todas sus energías, sin importar las consecuencias. Esta potencia creadora es vista por los demás como testimonio de un áurea todopoderosa y sobrenatural que rodea al personaje, tanto que en las primeras páginas se compara la constitución de la finca de Sutpen con el comienzo del universo: “los arrojaban como cartas de una baraja sobre la mesa bajo la mirada del personaje pontificial de las palmas elevadas, para crear El Ciento de Sutpen, el ‘¡Hágase el Ciento de Sutpen!’ como antiguamente se dijo ‘¡Hágase la Luz!’ “(5). Además, el propio léxico de ¡Absalón, Absalón! está cargado de alusiones a mitologías, tanto bíblicas como griegas. Los propios personajes son comparados con figuras de estas historias (por ejemplo, Sutpen con el demonio, Ellen con Níobe3). También está el caso de Clitemnestra, quien según el relato de Mr. Compson fue bautizada así por Sutpen por error: “Siempre me agradó imaginar que

su intención fue darle a Clite el nombre de Casandra 4, guiado por un movimiento muy dramático que le llevó no solo a engendrar, sino a designar el augurio principal de su propio desastre” (54). Por último, podemos destacar la propia estructura fragmentaria y polifónica de la novela, que emula a la estructura de los mitos, propios de las culturas orales tal como señalaba Walter Ong.

Del mito a la profecía

El mito, desde su definición clásica, es el relato que trata de explicar lo inexplicable, esa potencia originaria que puso en movimiento el orbe, cuyas consecuencias se manifiestan en nuestro presente. Para Quentin entonces, el único modo de que su comunidad, su familia y su propia historia personal, cobren sentido es a través de la figura de Sutpen, ese self made man, quien creyó que a fuerza de voluntad se podía todo y que finalmente cayó víctima de su propia trampa.

Sin embargo, en ¡Absalón, Absalón!, el mito como forma de hacer inteligibles hechos del pasado, falla. Esto quizás se deba a la propia estructura sobre la que Faulkner plantea la novela. Quentin es el receptor de esa larga cadena de relatos sobre Sutpen y, a diferencia del narrador omnisciente, sí trata de ordenarlos y organizarlos para así responder a la pregunta por la identidad sureña. Pero, al igual que en las largas oraciones de Faulkner donde todo el tiempo el sentido se pospone, Quentin parece no lograr capturar la significación definitiva de los hechos. Así como el final de la vida de Sutpen no implica que se deje de hablar de él, el final de la novela tampoco es el final del mito. Es que, con esta permanente reelaboración y actualización del pasado, Faulkner logra darle a ¡Absalón, Absalón! además de su carácter mítico, un carácter profético.

La escena final en el relato de Quentin es tragedia pura: un incendio, como única forma posible de terminar con El Ciento de Sutpen. Pero, en la otra cara de la historia, en la de los narradores, el final es un breve diálogo entre Shreve y Quentin. Y ahí, Shreve, pregunta a su compañero por qué odia el Sur, pregunta que repica en la mente de Quentin quien niega enfáticamente, casi con odio. Con esa negación, que de tan enfática se vuelve ambivalente, se cierra la novela. Quizás sea en ese punto, donde se resuma la posición de Quentin frente a todo lo narrado, frente a ese pasado del que no puede comprender, ni contra el que puede luchar; un pasado que, a pesar de sus múltiples reelaboraciones, sigue más presente que nunca, porque sus sentidos no se clausuran jamás, sino que se van sumando y apilando, hasta convertirse en presagio. No en vano, en la novela se afirma muchas veces que los habitantes del Sur cargan con el peso de esas vidas pasadas que no pueden dejar atrás. “Tengo veinte años y soy más viejo que muchos que han muerto ya” (345), dice Quentin Compson casi al final. Y es que en el fondo ¡Absalón, Absalón! es una tragedia y como toda buena tragedia nos enseña que no podemos escapar de nuestro pasado ni de nuestro destino, en definitiva, que no podemos escapar de eso que somos.


Imagen destacada: Crumptonia plantation en Alabama fotografíada por Amy Higgins, 2009.

Bibliografía

Swink, Helen. “William Faulkner: The Novelist As Oral Narrator”, en The Georgia Review, Vol. 26, No. 2 (Summer 1972), pp. 183-209. Traducción de Luciana Colombo para la Cátedra de Literatura Norteamericana (FFyL, UBA).

Faulkner, William. ¡Absalón, Absalón! Traducción de Florencia Beatriz Nelson. Madrid: Editorial Debate, 1989.

Ong, W. J., & Hartley, J. Oralidad y escritura: tecnologías de la palabra. Buenos Aires: Fondo de cultura económica, 2016.

Piglia, R. Los diarios de Emilio Renzi: años de formación. Barcelona: Anagrama, 2015.

Portelli, A. «Capítulo 12 ¡Absalón, Absalón! La historia oral y la literatura». Los misterios de la historia. Buenos Aires: Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras, 2018, 215- 237.