Inicio 9 Fuentes 9 Prefacio a «El fauno de mármol, o el romance de Monte Beni» (1860) *

Hace ya unos siete u ocho años1 (tantos, en todo caso, que no puedo recordar la época con exactitud) que el Autor de este Romance2 apareció por última vez ante el Público.3 Para él se había hecho costumbre presentar cada una de sus humildes publicaciones con una especie de Prefacio familiar, nominalmente dirigido al Público en general, pero en realidad dirigido a un personaje con el que se sentía autorizado a mucha más libertad. Lo pensaba para ese simpático amigo, más comprensivo de sus propósitos, más agradecido por su éxito, más indulgente con sus defectos y, en todos los sentidos, más íntimo y cordial que un hermano: ese crítico omnicompasivo, en suma, a quien un autor en verdad nunca conoce, pero a quien apela implícitamente cada vez que es consciente de haber dado lo mejor de sí.

La antigua moda de los Prefacios reconocía a este genial personaje como el “Amable Lector”, el “Gentil Lector”, el “Amado”, el “Indulgente” o, más fríamente, el “Honorable Lector”, para quien el viejo y remilgado autor solía hacer sus explicaciones y disculpas preliminares con la certeza de que serían bien recibidas. Jamás me encontré en persona ni me escribí por Correo con esta Esencia Representativa de todas las cualidades deliciosas y deseables que un Lector puede poseer. Pero, afortunadamente para mí, nunca deduje de ello que se trataba de un mero personaje mítico. Siempre tuve una fe firme en su existencia real, y escribí para él año tras año, durante lo cual el gran Ojo del Público (como bien podía hacerlo) pasó casi del todo por alto mis pequeñas producciones.

Sin dudas, este Lector Gentil, Amable, Benévolo, Indulgente y muy Amado y Honorable existió una vez para mí, y (a pesar de las infinitas posibilidades de que una carta no llegara a su destino sin un domicilio definido) recibió debidamente los rollos que lancé al aire con cualquier viento que soplara, en la fe de que los encontrarían. Pero, ¿existe ahora? En estos muchos años desde que supo de mí, ¿no es posible que haya dado por cumplida su misión terrenal y se haya retirado al Paraíso de los Lectores Gentiles, dondequiera que sea, para esos goces a los que seguramente debe de haberle dado derecho la bondadosa caridad prestada en mi nombre? Tengo un triste presentimiento de que esta puede ser la verdad. El Gentil Lector, en el caso de cualquier autor individual, tiende a vivir una vida sumamente corta; rara vez sobrevive a una moda literaria, y salvo en casos muy raros, cierra sus ojos cansados ​​aún antes de que el escritor haya terminado con él a medias. Si lo encuentro, probablemente será debajo de alguna lápida musgosa, inscripta con un nombre medio borrado y que nunca reconoceré.

Por lo tanto, tengo poco ánimo o confianza (especialmente, escribiendo como lo hago, en una tierra extranjera, y después de una larga, larga ausencia de la mía) para suponer la existencia de ese amigo de amigos, ese invisible hermano del alma cuya aprensiva comprensión tan a menudo me ha animado a ser ególatra en mis Prefacios, si ojos imprudentes pero hostiles hubieran de sobrevolar lo que no estaba destinado a ellos. Ahora estoy de ceremonia; y tras exponer algunos detalles sobre el trabajo que aquí se ofrece al Público, he de hacer mi reverencia más formal y retirarme detrás del telón.

Este Romance fue esbozado durante una estadía de considerable extensión en Italia, y ha sido reescrito y dispuesto para la imprenta en Inglaterra.4 El autor se propuso apenas escribir una historia fantasiosa,5 desarrollando una moraleja reflexiva, y no se propuso intentar un retrato de las costumbres y el carácter italianos. Ha vivido demasiado tiempo en el exterior para no darse cuenta de que un extranjero rara vez adquiere ese conocimiento a la vez flexible y profundo de un país que podría justificar que se esfuerce por idealizar sus rasgos.

Italia, en tanto emplazamiento de su Romance, fue sobre todo algo valioso para él porque le proporcionaba una especie de recinto poético o feérico, donde no se insistiría tan terriblemente en las realidades tal como se hace –y necesariamente se debe hacer– en América. Ningún autor, sin hacer la prueba, puede concebir la dificultad de escribir un Romance sobre un país donde no hay sombras, ni antigüedades, ni misterios, ni pintorescos y lúgubres males, ni nada más que una prosperidad trivial, a plena luz del día, como felizmente ocurre con mi querida patria.6 Pasará mucho tiempo, confío, antes de que los escritores de romances puedan encontrar temas compatibles y fáciles de manejar, ya sea en los anales de nuestra gallarda República o en cualquier evento característico y probable de nuestras vidas como individuos. El romance y la poesía, la hiedra, los líquenes y los alhelíes necesitan la Ruina para crecer.

Al reescribir estos volúmenes,7 el autor se sorprendió un poco al ver hasta qué punto había introducido descripciones de diversos objetos italianos antiguos, pictóricos y escultóricos. Sin embargo, en Italia estas cosas ocupan la mente por doquier, especialmente en Roma, y ​​no se puede evitar fácilmente que fluyan sobre la página cuando uno escribe libremente y para el deleite propio. Y de nuevo, mientras reproducía el libro, en las vastas y lóbregas arenas de Redcar,8 con el gris Océano Alemán9 cayendo sobre mí, y la ráfaga del norte siempre aullando en mis oídos, el completo cambio de escena hizo que estas reminiscencias italianas brillaran tan vívidamente que no tuve el ánimo de suprimirlas.

Queda por hacer un acto de justicia hacia dos hombres de genio con cuyas producciones el Autor se ha permitido usar una libertad asaz injustificable. Habiendo imaginado un escultor en este Romance, era preciso proporcionarle obras en mármol que estuvieran de acuerdo con la habilidad artística que se suponía que poseía. Con esta idea, el autor puso manos criminales sobre cierto busto de Milton y una estatua de un Buscador de Perlas, que encontró en el estudio del Sr. PAUL AKERS,10 y en secreto los transportó a las instalaciones de su amigo imaginario, en la Via Frezza. No contento con este botín, ni siquiera, cometió un nuevo robo con una magnífica estatua de Cleopatra, obra del Sr. WILLIAM W. STORY,11 un artista a quien su país y el mundo no tardarán en apreciar. Pensó en apropiarse, asimismo, de cierta puerta de bronce elaborada por el Sr. RANDOLPH ROGERS12 que representaba la historia de Colón en una serie de admirables bajorrelieves, pero lo desanimó la renuencia a entrometerse en la propiedad pública. Si hubiera sido capaz de robarle a una dama, seguramente se habría hecho de la admirable estatua de Zenobia de la Srta. HOSMER.13

Ahora desea devolver dichas bellas piezas escultóricas a sus respectivos dueños, con un gran agradecimiento y una manifestación de sincera admiración. Lo que ha dicho de ellos en el Romance no participa de la ficción en la que están inmersos, sino que expresa su genuina opinión, la cual, pocas dudas le caben, estará de acuerdo con la del Público. Quizá sea innecesario decir que, al robar sus diseños, el Autor no se ha tomado la misma libertad con las características personales de ninguno de estos talentosos Escultores; su propio Hombre de Mármol es totalmente imaginario.

Leamington,1415 de diciembre de 1859


* “Preface” to The Marble Faun: Or, The Romance of Monte Beni (Boston, 1860). Texto tomado de N. Hawthorne, Collected Novels, New York, The Library of America, 1983, p. 853-856. Traducción y notas de Marcelo G. Burello.

  1. Hawthorne había publicado The Blithedale Romance en 1852 (obra extensa y con prólogo a la que sin duda alude aquí como antecedente). En 1853 publicó la compilación infantil Tanglewood Tales for Boys and Girls y fue designado cónsul en Liverpool, Inglaterra, donde estaría en funciones desde 1853 a 1857.
  2. Para el concepto de “romance”, ver la respectiva entrada en este mismo sitio (en la sección “Enciclopedia Americana”).
  3. Aquí, “Public” aparece siempre con mayúscula, para darle entidad. Mantenemos el uso expresivo de las mayúsculas en todos los demás casos.
  4. Los Hawthorne hicieron turismo por Italia durante un año y medio, entre 1858 y 1859. A principios del 58 el autor vio el Fauno de Praxíteles en el Palazzo Nuovo del Museo Capitolino de Roma y comenzó a proyectar este “romance”, que aspiraba a completar en su hogar de Concord, Massachusetts (pero que terminaría en Inglaterra, en 1860).
  5. En el original, “fanciful story”.
  6. Esta enésima proclamación de la esterilidad de lo americano para la imaginación del poeta, no infrecuente en las letras norteamericanas, es sin duda lo más célebre de toda esta obra (en especial a partir de la biografía de Hawthorne que compondría Henry James en 1879).
  7. El libro apareció en dos volúmenes, en edición simultánea en los EE.UU. y en Inglaterra (con el título “Transformation: Or the Romance of Monte Beni”, que el autor desaprobaba).
  8. Redcar es un balneario de Yorkshire, en la costa oriental de Inglaterra. La familia Hawthorne residió allí entre julio y octubre de 1859, tras lo cual se trasladó a Leamington.
  9. La actual denominación “Mar del Norte” (North Sea) se impuso recién en el siglo XX. En épocas de Hawthorne aún se solía decir “Mar Alemán” u “Océano Alemán” (German Sea, German Ocean), a partir de los antiguos nombres romanos “Mare Germanicum” y “Oceanus Germanicus”.
  10. El escultor bostoniano Benjamin Paul Akers (1825-1861) residió en Roma entre 1855 y 1858.
  11. William W. Story (1819-1895) fue uno de los más importantes miembros de la colonia artística norteamericana activa en Roma. Hawthorne lo trató con frecuencia en 1858, y sus elogios de la “Cleopatra” promovieron el éxito de la pieza cuando ésta fue presentada en Londres, en 1862.
  12. Randolph Rogers (1825-1892), escultor norteamericano residente en Italia desde 1848. Hawthorne visitó su estudio en Roma y vio el bajorrelieve aludido en octubre de 1858.
  13. La norteamericana Harriet Goodhue Hosmer (1830-1908) vivía en Roma desde 1852. Hawthorne la conoció en 1859.
  14. Leamington es una pequeña ciudad mediterránea de Inglaterra, destacada por sus baños termales.