
Cuando un año y medio atrás escribí un artículo general sobre los relatos de terror[3], varios corresponsales me reprocharon no haber mencionado la obra de H. P. Lovecraft. Había leído algunos relatos de Lovecraft y no me habían interesado mucho; pero los libros escritos por él y sobre él se han multiplicado considerablemente, y el entusiasmo de sus admiradores se ha vuelto tan insistente que sentí la necesidad de investigar el asunto con mayor seriedad. Han aparecido, principalmente en 1945, una colección de sus Mejores relatos sobrenaturales; una novela inacabada, El que acecha en el umbral, completada por August Derleth[4]; un volumen de sus escritos varios, con apreciaciones de varios escritores: Marginalia[5]; un ensayo suyo sobre El horror sobrenatural en la literatura; y H. P. L.: Memorias, de August Derleth. Lovecraft, desde su muerte en 1937, se ha convertido rápidamente en objeto de culto. Ya contaba con un círculo de discípulos que colaboraban con él y lo imitaban, y Arkham House (en Sauk Center[6], Wisconsin), que ha publicado Marginalia y El que acecha en el umbral, recibe su nombre del pueblo imaginario de Nueva Inglaterra que sirve de escenario a muchas de sus historias. Parece estar dedicada exclusivamente a las obras de Lovecraft y sus seguidores. Se ha anunciado la publicación de un volumen de sus cartas.
Lamento que, tras examinar estos libros, mi entusiasmo no haya aumentado. La principal característica de la obra de Lovecraft es un mito pergeñado que aporta el elemento sobrenatural a sus historias más admiradas. Este mito presupone una raza de dioses extravagantes y grotescos pueblos prehistóricos que se la pasan manipulando el tiempo y el espacio e irrumpiendo en el mundo contemporáneo, generalmente en algún lugar de Massachusetts. Uno de estos asombrosos pueblos, que floreció en el Triásico, hace ciento cincuenta millones de años, consistía en seres de tres metros de altura con forma de conos gigantes[7]. Eran escamosos e iridiscentes, y su sangre era de un verde intenso. La base del cono era un pie viscoso sobre el que las criaturas se deslizaban como caracoles (no tenían escaleras en sus ciudades ni en sus casas, solo planos inclinados), y en el ápice crecían cuatro miembros flexibles: uno con una cabeza con tres ojos y ocho antenas verdosas, otro con cuatro probóscides en forma de trompeta, a través de las cuales succionaban alimento líquido, y dos con enormes pinzas. Eran prodigiosamente inventivos y eruditos, la raza más consumada que la Tierra haya engendrado. Se propagaban, como los hongos, por esporas, que desarrollaban en grandes tanques poco profundos. Su esperanza de vida era de cuatrocientos o quinientos años[8]. Ahora bien, cuando el horror ante la estremecedora revelación, que ha estado construyendo una larga y prolija historia, resulta ser algo así, podemos reír o sentir asco, pero no es probable que nos aterroricemos; confieso, como tributo al poder que posee H. P. Lovecraft, que al menos en este punto, con respecto a los omniscientes caracoles cónicos, sí me indujo a suspender la incredulidad. Fue la raza de otro planeta que finalmente ocupó su lugar, y en la que Lovecraft evidentemente confiaba como creaciones de un terror irresistible, lo que me resultó imposible de digerir: monstruos poliposos semiinvisibles que emitían un silbido agudo y azotaban a sus enemigos con vientos aterradores. Tales criaturas quedarían muy bien en las portadas de las revistas pulp[9], pero no constituyen una buena lectura para adultos. Y lo cierto es que esas historias eran trabajos improvisados que se aportaron a publicaciones como Weird Tales y Amazing Stories, donde, en mi opinión, deberían haberse quedado.
El único horror real en la mayoría de estas ficciones es el horror del mal gusto y el mal arte. Lovecraft no era un buen escritor. El hecho de que su estilo verborreico y mediocre se haya comparado con el de Poe es solo una de las muchas y tristes señales de que casi nadie presta verdadera atención a la escritura. Nunca he encontrado en Lovecraft una sola frase que Poe pudiera haber escrito, aunque hay algunas —que no son en absoluto lo mismo— que evidentemente han sido influenciadas por Poe. (Para mí, más aterrador que cualquier cosa en Lovecraft es el hecho de que el profesor T. O. Mabbott del Hunter College, quien ha estado prometiendo una edición definitiva de Poe, contribuya a la Marginalia de Lovecraft, un homenaje en el que afirma que “Lovecraft es uno de los pocos autores de los que puedo decir honestamente que he disfrutado cada palabra de sus historias”, y continúa haciendo una comparación solemne de la obra de Lovecraft con la de Poe[10].) Uno de los peores defectos de Lovecraft es su incesante esfuerzo por crear expectativas en el lector rociando sus historias con adjetivos como “horrible”, “terrible”, “espantoso”, “impresionante”, “espeluznante”, “extraño”, “prohibido”, “profano”, “’impío”, “blasfemo”, “diabólico” e “infernal”. Sin dudas, una de las principales reglas para escribir un cuento de terror efectivo es nunca usar ninguna de estas palabras, especialmente si, al final, se va a mostrar un invisible pulpo silbante. Leí por casualidad un relato de terror de Mérimée, “La Venus de Ille”, justo después de haber estado investigando a Lovecraft, y me alivió encontrarlo narrado —aunque era casi tan fantástico como Lovecraft— con la prosaica objetividad de una anécdota de viaje[11].
El propio Lovecraft, sin embargo, es un poco más interesante que sus historias. Era oriundo de Rhode Island, apenas salía de Providence y llevaba una vida de recluso. Sabía mucho de ciencias naturales, antropología, historia de Nueva Inglaterra, arquitectura estadounidense, literatura del siglo XVIII y muchas otras cosas. Era un literato fracasado, y la impresión que causó en sus amigos hubo de deberse en parte a habilidades que rara vez aparecen en su ficción. Escribió también cierta poesía que recuerda a Edwin Arlington Robinson[12] —al igual que su ficción, bastante mediocre—; pero su extenso ensayo sobre la literatura del horror sobrenatural es una obra realmente competente. Demuestra su falta de buen gusto literario en su entusiasmo por Machen y Dunsany[13], a quienes consideraba modelos a seguir, pero había leído extensamente sobre este campo —era un experto en novelas góticas— y escribe al respecto con gran inteligencia.
Como experto en este género literario, se consideraba, con razón, un aficionado, y por ello no recopiló sus relatos en forma de libro; eso lo hicieron sus amigos tras su muerte. Los «Mitos de Cthulhu» y sus autoridades inventadas parecen haber sido para él una especie de juego de niños, con el que se divertía en su solitaria vida jugando a las historias de terror con otros adeptos, quienes añadían detalles al mito y figuraban en él bajo nombres distorsionados. Todo resulta más divertido en sus cartas que en las propias historias. A su ilustrador, Virgil Finlay[14], se dirigía como «Querido Monstruo Ligriv», y solía fechar sus cartas no como «66 College Street, Providence», sino como «Kadath en el Frío Desierto: La Hora de los Demacrados Nocturnos», «Al Borde del Golfo Insondable: La Hora en que Aparecen las Estrellas Abajo», «Madriguera de los Dholes: La Hora del Festín del Osario», «Pozo Insondable de Yoguggon: La Hora en que Aparece el Hocico», etc.[15] Cultivaba una palidez espectral. «Nunca le gustó broncearse», escribe un amigo, “Y un rastro de color en sus mejillas parecía, de alguna manera, ser motivo de molestia”[16]. La fotografía que aparece como frontispicio en H.P.L.: Memorias ha sido impresa —intencionalmente, suponemos— en un rojo transparente y rosado que le da un aspecto a la vez insustancial y sulfuroso.
Pero los relatos de Lovecraft sí muestran, a veces, algunos rastros de sus emociones e intereses más serios. Poseía una imaginación científica bastante similar, aunque muy inferior, a la del primer Wells[17]. El relato titulado “El color que cayó del cielo” predice, en mayor o menor medida, los efectos de la bomba atómica, y “En la noche de los tiempos” aborda, con cierta eficacia, las perspectivas de los eones geológicos y la idea de controlar la secuencia temporal[18]. La idea de escapar del tiempo parece el motivo más válido en su narrativa, estimulada como estaba por un impulso de evasión que lo había acosado toda su vida: «El tiempo, el espacio y la ley natural», escribió, «me sugieren una esclavitud intolerable, y no puedo formarme una imagen de satisfacción emocional que no implique su derrota, especialmente la derrota del tiempo, para que uno pueda fundirse con toda la corriente histórica y emanciparse por completo de lo transitorio y efímero»[19].
Pero me temo que el culto a Lovecraft está en un nivel aún más infantil que los “Irregulares de Baker Street” y el culto a Sherlock Holmes[20].
Notas
*“Tales of the Marvellous and the Ridiculous”. Publicado originalmente en The New Yorker, el 24 de noviembre de 1945, y reeditado en Classics and Commercials: A Literary Chronicle of the Forties, ligeramente revisado. El título alude irónicamente a la compilación de E. A. Poe Tales of the Grotesque and the Arabesque (1840). Texto tomado de S. T. Joshi (ed.), H. P. Lovecraft: Four Decades of Criticism, Athens (OH), Ohio U. P., 1980, p. 46-49. Traducción y notas –salvo donde se indica– de Marcelo G. Burello.
**El prestigioso crítico y ensayista Edmund Wilson (Red Bank, Nueva Jersey,1895-Talcottville, Nueva York, 1972), llamado “el decano de la crítica estadounidense”, llegó a ser hacia mediados del siglo XX la máxima autoridad en materia de juicio literario.
[3] “A Treatise on Tales of Horror”, en The New Yorker, XX, 15 (27 de mayo de 1944); también recogido en Classics and Commercials: A Literary Chronicle of the Forties.
[4] El polifacético y prolífico escritor y editor August Derleth (1909-1971), primero corresponsal, luego amigo íntimo y por último albacea de H. P. Lovecraft.
[5] En efecto, se trataba de una miscelánea de y sobre Lovecraft, publicada por Arkham House en 1944.
[6] En realidad, “Sauk City”, ciudad donde residía Derleth. El error es indicativo del exótico emplazamiento de la por entonces bastante ignota editorial fundada por el propio Derleth y Donald Wandrei en 1939, una empresa que con el tiempo haría historia por su aporte a la literatura de subgéneros como el terror y la ciencia-ficción.
[7] Estos son los seres, por supuesto, descriptos en “En la noche de los tiempos”. [Nota de S. T. Joshi; v. nota 1]
[8] Lovecraft afirma que su vida útil era de «cuatro o cinco mil años»; cf. Obras Completas, I, p. 398. [Nota de S. T. Joshi; v. nota 1]
[9] Es decir, revistas de papel de baja calidad y de precio accesible, que competían con las mejor impresas, más costosas y nutridas de materiales de autores conocidos.
[10] “El primer académico en reseñar a Lovecraft”, según él mismo se definiera, el profesor Thomas Ollive Mabbott (1897-1968) era, en efecto, un especialista en E. A. Poe. Dedicó al menos tres piezas críticas a la obra de Lovecraft.
[11] Prosper Mérimée (1803-1870), destacado escritor, filólogo e historiador francés. Como lo marca Joshi en sus notas, el propio Lovecraft comenta con admiración este relato (publicado en 1837) en su ensayo El horror sobrenatural en la literatura, Parte III.
[12] El multipremiado poeta y dramaturgo Edwin Arlington Robinson (1869-1935).
[13] El galés Arthur Machen (1863-1947) y el inglés E. J. Moreton Drax Plunkett, Lord Dunsany (1878-1957), dos de las mayores influencias reconocidas y tributadas por el propio Lovecraft.
[14] Virgil Finlay (1914-1971), prominente ilustrador de revistas pulp como Weird Tales, donde entró en contacto con Lovecraft, quien elogió su trabajo. También ilustró la tapa de la primera compilación de relatos de Lovecraft publicada por Arkham House, en 1939.
[15] Cf. H.P.L.: Memorias de Derleth, págs. 61-62. [Nota de S. T. Joshi; v. nota 1]
[16] Cf. In Memoriam: Howard Phillips Lovecraft, de W. Paul Cook, pág. 9; en “Más allá del muro del sueño”, pág. 428. [Nota de S. T. Joshi; v. nota 1]
[17] H. G. Wells (1866-1946), el notable y célebre autor británico, invocado aquí como pionero de la ciencia ficción. Wilson parece pensar en obras como el relato “El señor de los dínamos” y la novela La máquina del tiempo, de mediados de la década de 1890.
[18] Alude a los relatos “The Colour out of Space” y “The Shadow out of Time”, respectivamente. Los títulos originales en inglés delatan la fuerte analogía entre ambos.
[19] Carta de Lovecraft a August Derleth, 21 de noviembre de 1930; en Obras completas, VII, pág. 220. [Nota de S. T. Joshi; v. nota 1]
[20] “Irregulares de Baker Street” es el nombre que Arthur Conan Doyle da a la banda de niños que viven en la calle y ayudan a Sherlock Holmes en la novela Estudio en escarlata (1886). En 1934 se fundó una asociación de admiradores del personaje bajo esa denominación (uno de los primeros “clubs de fans” de la historia), a la que aquí se refiere despectivamente Wilson.