Inicio 9 Críticas y Reseñas 9 Delirium tremens y revelaciones místicas en una cabaña californiana

Notas sobre Big Sur, de Jack Kerouac

“Si no miramos con un ojo hacia arriba y otro hacia lo oscuro profundo que nos habita, estamos bien jodidos”

José Emilio Burucúa, en Cartas norteamericanas (2008)

Quisiera comenzar esta charla con algunas palabras sobre Jack Kerouac, mi relación con su obra, su método de composición y las motivaciones que tuvo para escribir esta novela. Además de las perspectivas que han aportado los críticos profesionales, quiero considerar especialmente las declaraciones de sus amigos en la cofradía beat.

Les advierto que a lo largo de esta exposición realizaré una serie de excursos, en particular sobre detalles que creo que son interesantes o vale la pena destacar. El primero es cómo llegué a la Generación Beat. Mi formación como lector tuvo un período de gran intensidad en los últimos años de la escuela secundaria. En aquel momento, a fines de los noventa, llegaban a Argentina a un precio bastante módico las ediciones de literatura norteamericana publicadas por Anagrama. Pese a las diferencias abismales en el uso del lenguaje (entre pollas, coños y follones), era lo que teníamos a mano: Bukowski, Carver… Pero a Kerouac llegué gracias a unos compañeros de andanzas, especialmente gracias a uno que, sin proponérselo tal vez, fue uno de mis mentores literarios, Martín Danderfer. Imaginen esto: en una ciudad post-industrial, todavía dependiente del agro como lo era Tandil, casi en el centro de la provincia de Buenos Aires, escuchar hablar de Allen Ginsberg y su Aullido, la antología de Rubén Darío Los Raros, con Lautreamont entre los seleccionados, o de Barón Biza, Poe o Lovecraft era, al menos extraño. En gustos musicales también creíamos contarnos entre los raros, The Cure, Joy Division, Bauhaus… Si hay algo de iniciático en la juventud, es el momento para experimentarlo, y lo hicimos.

De la mención de Aullido, que no recuerdo haber leído en ese entonces pero surgía de tanto en tanto en las conversaciones, pasamos a otro texto canónico de los beats: En el camino. Me interesó su desmesura, su vertiginosidad. Aunque ya existía una edición de Losada con una bella ilustración en la tapa, de 1975, mi primera lectura de la novela fue en la edición de Bruguera con una insípida portada en amarillo. Con los años me interesé más por Kerouac y su obra, y seguí leyéndolo en inglés y en castellano: Lonesome Traveler, Dharma Bums, Big Sur, sus poemas… Había algo deseable en cómo narraba la aventura y la apertura hacia los demás, e incluso intenté, un poco de manera cómica, imitar su afición por la naturaleza. Sentí, además, una afinidad por la cuestión espiritual y por el jazz que Kerouac abordaba en sus obras; me interesó el budismo por un tiempo y tuve un programa de radio dedicado exclusivamente a la música negra. Por otro lado, los años que siguieron al atentado en las Torres Gemelas, la literatura beat me sirvió como una especie de anclaje teórico para ver con ojo crítico a la cultura norteamericana. 

Según Allen Ginsberg, Kerouac era “en verdad un genio solitario, que innovaba y avanzaba sobre áreas de la composición sin cartografiar, todavía no reconocidas, con el coraje necesario para hacerlo todo por su cuenta.” The Best Minds of my Generation, p. 225 (traducción propia). Esto del “genio solitario” es una descripción importante para el desarrollo esta presentación, porque parece haber sido un esfuerzo consciente de parte de Kerouac, más allá de sus filiaciones literarias y amistosas. 

Por otro lado, Gregory Corso, en una carta a Ginsberg de 1963, escribe que “Jack necesita una lección, no me importa lo que digas, su Big Sur, al principio creí que estaba bien pero al releerla veo que está perdido, ciego. Solo ve su piel inservible, su lamento, su ruego beatnik. Hace rato que me saqué de encima ese mambo… te digo, necesita ayuda, un verdadero despertar o se va a perder para siempre. No digas solo “Ah, pobre Jack” porque no lo vas a ayudar mucho de esa manera. Amo a Jack tanto como vos y sé lo que es, Jack es hombre y es humano y nadie puede ser tan perfecto como los poetas pero pueden ser despertados por Dios. Lee Big Sur y fíjate lo que te digo. Vive en Florida, lo vi el año pasado. Estaba borracho, odioso y aun así los ojos delataban lo que es, un alma buena y herida.” An Accidental Autobiography, p. 352 (traducción propia).

Existe cierto consenso acerca de la novela, que se trata de un texto triste de una etapa depresiva de Kerouac, su declive como persona y escritor… pero lo cierto es que abordamos una trama relativamente simple que incluye momentos de exaltación etílica y religiosa, de letargo y excitación, de abatimiento y esperanza. Kerouac sopesa lo oscuro con la luz, y en al menos dos ocasiones triunfa la claridad. 

Respecto del impacto cultural, por así llamarlo, de la novela, podemos mencionar que la banda de rock indie Death Cab for Cutie grabó un tema llamado “Bixby Canyon Bridge”, en su disco Narrow Stairs. Ben Gibband, el cantante, escribió la letra durante una estadía en la misma cabaña en la que Kerouac pasó sus fatídicas semanas. La letra parece dirigirse a Kerouac mismo: “Descendí por una cresta de polvorienta grava/Detrás del puente de Bixby Canyon/Hasta que al fin llegué/Al lugar donde había muerto tu alma”. 

Las conexiones entre la Generación Beat y el rock (en sus tantas variantes) son múltiples, solo baste recordar la leyenda que cuenta una visita de Jim Morrison a la casa de Kerouac en Lowell, Massachussetts, en los últimos años de su vida. Como Kerouac vivía con su madre y estaba en una etapa de reclusión y aversión hacia los hippies, la visita del cantante de los Doors, de pelo largo y campera de cuero, terminó, supuestamente, en fracaso. Podríamos hablar toda la tarde sobre la influencia de los beats en el rock: desde Bob Dylan hasta The Smiths y Nirvana, pasando por Litto Nebbia y Moris en el ámbito nacional.

Por otra parte, el área de Big Sur, con su toponimia reminiscente al dominio colonial español, desde hace un tiempo se ha vuelto un sitio muy frecuentado por los turistas, a raíz de la estancia de Kerouac y Henry Miller. Curiosamente, algunas páginas de Internet que promocionan la zona como destino turístico, los llaman a ambos “filósofos de la new age”. 

El Far West de Jack Kerouac

Big Sur es la última novela que Kerouac sitúa en el oeste, sitio cargado de significado para la cultura norteamericana. En Jack Kerouac: the Quest for Thoreau’s West, tesis de maestría de 1995, Malcolm Lester observa que Big Sur condensa la tendencia que Jack había iniciado en dos textos previos: En el camino y “Solo en la cima de una montaña” (publicado en Viajero solitario), en cuanto a que el plan de vida y de escritura de Kerouac seguía el sendero iniciado por Henry David Thoreau y sus escritos. Se sabe que la influencia de Emerson, Melville, Thoreau y el trascendentalismo norteamericano en general sobre la Generación Beat ha sido muy poderosa. A lo largo de esta presentación iré comentando algunas líneas sobre esta conexión. 

El plan de nuestro protagonista, Jack Duluoz, es escapar de los fans maniáticos que invaden su espacio personal, de la prensa, de la fama que adquirió con En el camino, y recluirse, por invitación de Lorenzo Monsanto (Lawrence Ferlinghetti) en una cabaña de California. Para los buscadores de oro del siglo XIX, California representaba una oportunidad de salvarse materialmente, para los migrantes de los estados del midwest como Oklahoma, exiliados en los confines de su propio país en los años de la Gran Depresión de los años 30, significaba un sitio donde rehacer su vida. Para Kerouac, California, en este caso, era una tierra prometida de naturaleza prístina, en la que pudiera tener paz, tiempo para leer y escribir un poema sobre el mar—“Sea”, que permanece sin traducción al español (el poeta argentino Esteban Moore está trabajando en una versión, no obstante). A propósito del estilo y el método de Kerouac, Moore dice: “En lo que concierne a los géneros, él no se entretenía en hacer diferencias entre novela y poesía, prosa y verso. Por el contrario, sostenía que sus ideas se aplicaban tanto a uno como a otro género, la “espontaneidad” como método traspasa los límites que imponen las formas. Decía que cuando estaba trabajando en una novela concebía cada párrafo como un poema dentro de un extendido texto que flotaba en el mar de la lengua inglesa.” Si algo caracteriza a los beats como conjunto es la hibridez y la oposición al purismo de las formas; Kerouac no es la excepción.

Para los argentinos, el equivalente del oeste norteamericano sería la Patagonia, en cuya inmensidad podemos hallarnos o perdernos por completo. Abundan los relatos de viajeros hacia el sur argentino—boscoso, desértico, cordillerano, marítimo, árido, fértil, inhumano y hospitalario a la vez. Este también es un sitio válido para intentar la conquista de uno mismo.

En marzo de 1970 sale publicado en Esquire un artículo (traducido como “El gran viaje en autobús al oeste”) en el que el mismo Kerouac realiza una crónica laudatoria sobre la vida cotidiana de indios ebrios, cowboys jóvenes, lindas chicas, viejos que juegan a las cartas y habitantes de pueblos de montaña que ayudan solidariamente a quitar la nieve de los caminos para que pueda avanzar el Greyhound que lleva a nuestro escritor a Chicago, en donde “la tristeza del Este” se apodera de él.

El buey solo bien se lame

Según relata en “Solo en la cima de una montaña”, Kerouac deja Nueva York y su bullicio para trabajar como guardabosques en Seattle, a casi 5.000 kilómetros de distancia. Jack describe a Viajero solitario (colección en donde salió publicado este texto) como “Empleo en el ferrocarril y como marinero, montañas, misticismo, lascivia, solipsismo, desenfreno, corridas de toros, drogas, iglesias, museos, calles, una aleación de vida como fue vivida por un libertino orgulloso, educado e indigente que va a ninguna parte. Su alcance y su propósito son sencillamente la poesía, o la descripción natural”. (p. 13) Afecto al viaje como metáfora y a insistir con la soledad, Kerouac/Duluoz repite varias de esas actividades en la cabaña de Ferlinghetti/Monsanto. En aquel período en el noroeste norteamericano, Kerouac, en tanto hombre de ciudad (y uno con una imaginación tremebunda), teme que “el hombre de las nieves (lo) acechara en la oscuridad” (p. 132). Comparte su espacio con los habitantes del bosque: ardillas, ratones, un oso al que le atribuye cualidades sobrenaturales… y pasa el tiempo entre comidas y lecturas: carne enlatada, garbanzos, panqueques, café—como un hombre capaz de solazarse con alimentos sencillos—a la vez que observa que “es asombroso el apetito por los libros que tiene quien está solo” (134). Kerouac menciona haber leído un tratado de medicina y versiones resumidas de las obras de Shakespeare, adaptadas a prosa por Charles y Mary Lamb. Décadas después, el joven Christopher McCandless emprendería un viaje kerouaquiano hacia Alaska, para vivir en un colectivo y dedicar su tiempo a leer y escribir su diario.

Jack también, a falta de una biblioteca armada adrede, encuentra revistas y ediciones de bolsillo de novelas de cowboys, mordidas por las ratas. Como tantos en su tiempo, Kerouac también era lector de las pulps.

Su objetivo en aquel viaje era “acostarse en el pasto y mirar las nubes” (p. 125), además de alcanzar otras realizaciones trascendentales: “Ningún hombre debería pasar por esta vida sin experimentar alguna vez la soledad saludable, y aun aburrida, del aislamiento en el mundo silvestre, sin sentir que dependemos únicamente de nosotros mismos y aprender a conocer nuestras fuerzas auténticas y escondidas—Aprender, por ejemplo, a comer cuando se tiene hambre y a dormir cuando se tiene sueño”. (p. 134-135) Todo esto para volver a la civilización con una ecuanimidad mayor, “mantener la inteligencia clara en medio de todas las ideas oscuras que tiñen el horizonte como el humo de las fábricas”. (p. 139) Esto es Thoreau cien años después, en un conflicto clásico del Romanticismo: hombre versus sociedad, sociedad versus naturaleza. Kerouac baja la montaña sagrada agradecido por la lección adquirida. 

Sexo, alcohol y drogas: la ruina de los beats 

Existen retiros a los que pueden acudir los alcohólicos o los adictos a las drogas. Kerouac, por voluntad propia, emprende un viaje que lo lleva a una cabaña que, como veremos más adelante, adquiere visos de una novela de terror.

Ginsberg, en la contratapa de la edición con la que trabajé, señala que “Big Sur es un relato preciso y humano de los estragos del delirium tremens alcohólico sobre Kerouac”. De acuerdo, pero también asistimos a una novela en la que el protagonista entra en batallas de toda calaña: consigo mismo, con sus amigos, con desconocidos, con fuerzas espirituales… No creo que se pueda leer Big Sur sin tener en cuenta el aspecto místico/religioso, al que le dedicaré una buena cantidad de palabras en este análisis.

La cabaña de Big Sur, con sus acantilados y orillas cercanas, sirve como frontera existencial de Kerouac. Es imposible ir más allá a pie o a dedo, porque está el inmenso océano. Una y otra vez, a lo largo de la novela, Duluoz expresa su deseo de dejar California para volver al Este donde lo espera su madre.

La novela fue escrita en diez noches y narra un período que comprende seis semanas en Big Sur, en el verano de 1960. Según Regina Weinreich, el libro “da cuenta de la obsesión de Kerouac con la muerte”. La investigadora señala que “la locura y la muerte son motivos temáticos fundamentales; los altibajos del estilo exuberante del autor son el reflejo del retiro de Duluoz como reacción ante su estatus de celebridad literaria”. (p. 150, traducción propia)

Hablemos un poco del contexto de producción de la Big Sur. En julio de 1960, la Metro Goldwyn Meyer estrena la adaptación de Los subterráneos, modificando cuestiones clave de la novela para difundir un producto aceptable para las masas ávidas de consumo beatnik. Kerouac, a pesar del fallido, recibió un dinero que le permitió financiar su estadía en Big Sur. Por otro lado, Neal Cassady había ido a la cárcel de San Quintín por posesión de marihuana. Allí volvió a su catolicismo, y rezaba novenas para poder salir antes de cumplir la condena. Hubo cierto resentimiento entre ambos por un tiempo, incluso por diferencias religiosas. Gracias a la intercesión de Ginsberg y Ferlinghetti, Cassady salió de la cárcel en 1959. 

En el período de escritura de la novela, Kerouac bebía mucho y no comía, y según Ferlinghetti estaba considerando ir a un psiquiatra. Philip Whalen (Ben Fagan en el libro) le dijo que no necesitaba un psiquiatra, que su problema era el azúcar alto en su sangre. El vino que Jack elegía era Tokay, un moscatel extremadamente dulce. El consejo del poeta para Kerouac era que comiera algo para dejar de alucinar.

Kerouac bebiendo vino Tokay

Capítulos 1- 19

Estas son las primeras palabras de la novela: “Las campanas de la iglesia hacen sonar en los suburbios una “Kathleen” triste y deformada por el viento cuando me despierto desolado y pringoso, abatido por otra resaca de alcohol y abatido sobre todo por haber arruinado mi regreso a San Francisco emborrachándome tontamente…” Que las campanas de la iglesia suenen disonantes, tristes, y parezcan remitir al nombre de una mujer puede significar dos o tres cosas. La primera es que hay una iglesia (no el edificio, la comunidad) que no está funcionando como debería—las vibraciones de los creyentes están deformadas, son un mal tañido. Aquí pienso en el poema de Gregory Corso “The American Way”, donde se mete con los cristianos, las campañas de domingo, y su frankensteinización de Cristo. 

A propósito de esto, el narrador se queja, al final del primer capítulo, de los lamentos ¿culpógenos, culposos? que escucha por todos lados, “los aullidos lacrimosos de un Ejército de Salvación reunido en la esquina “Satán es el culpable de tu alcoholismo, Satán es el culpable de tu inmoralidad, Satán está en todas partes obrando para destruirte a menos que te arrepientas ahora” (12) Ese satán, satán también suena como una campana dañada y maligna, al menos en español. 

La segunda es esa Kathleen, que en la página siguiente aparece mencionada en el nombre de una canción, que en algún momento grabaron Elvis Presley y Johnny Cash. La balada forma parte del repertorio popular irlandés-estadounidense, y trata sobre el regreso al hogar, a través del océano, de una amada, Kathleen, que sufre, tal vez por la nostalgia del paraíso perdido. 

A diferencia del yo lírico del poeta en América, de Ginsberg, que no dirá el Padrenuestro, el aventurero de Kerouac encuentra alivio en la oración cristiana, antes que en los mantras budistas. A lo largo de la novela, el protagonista vuelve en su memoria a su infancia, como un momento de solaz y tal vez engañosa felicidad, y su propio catolicismo y el de sus padres es un elemento insoslayable para entender el punto de quiebre y una posible fuga de esa crisis mental que lo aqueja.

La primera parte de la novela es de una suerte de relato gótico marítimo (al estilo de El faro, película de 2019 dirigida por Robert Eggers). En el capítulo 3, antes de la llegada a la cabaña, Jack Duluoz cuenta que “a medida que me aproximo al arroyo el camino se inclina en una pendiente pronunciada, imprevista, que me obliga a avanzar casi al trote, a medida que ruge más fuerte pienso que caeré directamente al riachuelo sin darme cuenta… además, abajo está más oscuro que en cualquier otra parte. Hay ciénagas, horrendos polipodios y troncos resbaladizos, musgos, charcos peligrosos, vapores húmedos que brotan fríos como el aliento de la muerte, enormes árboles se curvan peligrosamente sobre mí y rozan la mochila…” (19) Esta descripción bien podría proceder de un relato de Edgar Allan Poe o de un tétrico film de Roger Corman. Respecto de esta conexión, Ginsberg comentó que una de las influencias más grandes para Kerouac fue Poe, cuya lucidez, según el poeta, no tuvo rival en Estados Unidos. Las coincidencias entre Poe y Kerouac, vemos acá, van más allá de la afición por la bebida.

Esa primera noche, el protagonista duerme junto al arroyo. Su avance ha sido detenido por el propio temor y lo escabroso del terreno. 

Kerouac/Duluoz, al explicar su motivación para emprender la retirada hacia la cabaña de Monsanto/Ferlinghetti, se toma algunos párrafos para hablar de su viaje desde Nueva York hasta California. Dice que usó el tren California Zephyr de AMTRAK, partiendo de Chicago, en un viaje de tres días que lo hizo feliz por primera vez en mucho tiempo. Considera que el inicio del viaje es auspicioso, “un magnífico comienzo”, para el cual su madre le había cosido en la mochila una medallita de San Cristóbal, santo patrono de los viajes y los caminos. 

El capítulo 2 describe desde la perspectiva de Duluoz lo que es el delirium tremens: “perdido en la senda de los últimos tres años de desesperación ebria, una desesperación física y moral y espiritual que no se aprende en la universidad, no importa cuántos libros acerca del existencialismo o el pesimismo se lean, cuánta ayahuasca para tener visiones se beba, ni cuánta mescalina o cuánto peyote se ingiera—la sensación al despertar con delirium tremens, con el terror siniestro de la muerte escurriéndose de los oídos como esas telas pesadas que tejen las arañas tropicales, la sensación de ser el monstruo jorobado de un pantano gimiendo debajo de la superficie en el fango caliente…” Duluoz parece sentirse como un ogro, apartado de la sociedad, que se halla entre la espada y la pared. Sus únicas opciones son escapar o morir. 

Duluoz llega de noche al sitio de la cabaña, luego de caminar 22 kilómetros. El viajero siente “El ruido de un dragón viscoso y verde en los arbustos—Una guerra rabiosa que no quiere que yo ande curioseando—Ha estado allí un millón de años y no desea que perturbe su oscuridad.” En su leyenda, Duluoz representa al héroe reluctante que duda de su misión. 

En el capítulo siguiente, 4, vemos una elaboración del tono gótico, entre cañones, pendientes, neblina, mar, oleaje violento y un puente que debe atravesar como espacio iniciático para llegar a la cabaña. Kerouac, además de la experiencia sensorial, deriva su material literario de los Románticos, y no sería del todo descabellado relacionar estas escenas con el cuadro El caminante sobre el mar de nubes o con alguna obra de John William Turner y sus pinturas de naturaleza desbocada. Vale recordar que uno de los anhelos de Kerouac era convertirse en pintor—algunas de sus obras sobreviven al día de hoy. A lo largo de la novela vemos una correlación entre los estados de ánimo de Duluoz y la descripción que este hace del entorno natural. Más adelante, Duluoz rechaza la idea de Big Sur como un sitio hermoso, diciendo que oculta un horror y dolores quejumbrosos. Aquí se pone bíblico y blakeano a la vez.

El capítulo 5 presenta a un personaje de cierta importancia para el protagonista: Alf, el mulo, mascota del lugar que se pasea a sus anchas por la zona de la cabaña. Duluoz lo bautiza “Alf el Burro Sagrado”. Luego Duluoz se pone todavía más explícito en sus influencias: se pregunta si realmente cree en Vampiros – a propósito de esto, Kerouac escribió en 1960 una reseña de Nosferatu (Murnau, 1922) en la que menciona La balada del viejo marinero, de Coleridge y que concluye con una explicación más o menos científica sobre la existencia de los vampiros. Volviendo a Big Sur, Duluoz comenta que estaba leyendo a las tres de la madrugada Doctor Jekyll y Mister Hyde cuando entra un murciélago. El protagonista se compara ahora con el tranquilo Jekyll, que se transformará en el monstruo Hyde en el lapso de seis semanas. Habla solo y sigue discurriendo sobre murciélagos, y considera que Monsanto dejó la novela ahí a propósito. Esto marca el inicio de los muchos episodios paranoicos que experimentará. Duluoz compara el lugar con la Fragua de Vulcano, y nos da la pista del género (a falta de una mejor definición) al que pertenece la novela: un descenso a los infiernos. 

Duluoz arma su bolsa de dormir afuera de la cabaña, pero en la madrugada debe entrarla. Contrapone la felicidad simple del bosque con la tristeza enfermiza de las ciudades: “Uno se despierta a media mañana revitalizado, descifrando anónimamente el universo… al final es únicamente en el bosque donde se siente nostalgia de las “ciudades”, uno sueña con viajes largos y grises a ciudades en las que las noches se abran dóciles, blandas como París, pero sin considerar nunca lo repugnantes y enfermizas que serán a causa de la inocencia primitiva implicada en la salud y calma de los bosques”. 

Borrachos, pintura de Kerouac

En el capítulo 6, Duluoz sigue solo y se plantea el sentido de su soledad. Tiene una regresión a su infancia, a la que relaciona con la lectura del catecismo de la iglesia y contrapesa con su visita a un estudio de televisión hollywoodense, en su participación del show de Steve Allen para leer fragmentos de En el camino mientras el conductor toca en el piano variaciones de un blues.

Duluoz pasea por el terreno, para curiosear. Descubre que suceden cosas “extrañas y maravillosas” dignas de el programa de Ripley Créase o no. La fantasía y la realidad se mezclan entre los pinos y las vacas. Uno puede aludir que Kerouac estaba escribiendo un realismo descarnado, pero lo cierto es que los sueños y lo sombrío se cuelan por las grietas de la razón, y el narrador lo expone todo. 

En el capítulo 7, Duluoz elogia y cita a Ralph Waldo Emerson y su ensayo “Confianza en sí mismo”. Dice que Emerson prefiguró a Whitman, cuyo estilo Duluoz imita en fragmentos de la novela, con la estructura “Hay…” y usando una conjunción copulativa como “y” en lugar de una adversativa como “pero”. En este capítulo podemos leer el rechazo que tiene Duluoz por Herman Hesse. Dice que es más interesante una esponja de metal, que vale 10 centavos en el supermercado, que “la estúpida y absurda novela El lobo estepario”, que encontró en la cabaña y leyó “con indiferencia”. Llama a Hesse “un viejo estúpido denunciando el ‘conformismo’ actual, mientras se cree todo el tiempo una especie de gran Nietzsche, viejo imitador de Dostoievsky con 50 años de retraso…” Para Duluoz, la naturaleza—el sonido del mar escuchado desde la costa— es infinitamente superior a la novela del alemán. Duluoz dedica una página a los sonidos del mar, y avanza en la composición de su poema “Sea”. Se arrepiente, de alguna manera, de haber cedido los derechos a la Metro Goldwyn Mayer para la adaptación de Los subterráneos

El capítulo 8 es prueba de la influencia whitmaniana que mencioné antes, con sus “hay luz de luna en la noche de niebla…” y “Hay un hombre que soy yo regresando de las estadías nocturnas a la orilla del mar como un Bhikku viejo y gruñón…” Acá me quiero detener en la otra enorme influencia que tuvo Kerouac, Thoreau, quien en 1863 publicó el ensayo “La noche y la luz de la Luna”. Allí, Thoreau escribe: “Hace algunos años, luego de aventurarme en una caminata memorable bajo la luz de la Luna, decidí dar más de estos paseos y conocer otro lado de la naturaleza. Y así lo he hecho”. Esta motivación no difiere mucho de los paseos nocturnos de Duluoz. 

En otro de los pasajes, el ensayista observa que “Sin duda, la noche es más extraordinaria y menos profana que el día”. Thoreau dice que pronto descubrió que “conocía solo su aspecto y que, en lo que respecta a la Luna, solo la había observado como a través de una pequeña hendidura, de manera esporádica”. Y se pregunta “¿Por qué no caminar un poco bajo su luz?” Thoreau sigue: “Supongamos que uno escucha las sugerencias que hace la Luna, generalmente en vano, durante un mes: ¿diferirá de lo que encontramos en la literatura o la religión? ¿Por qué no estudiar este sánscrito? ¿Y si acaso la Luna ha ido y venido con su mundo de poesía, sus enseñanzas misteriosas, sus sugerencias oraculares—una criatura divina repleta de consejos para mí–, y yo no la he aprovechado?” Thoreau, al igual que la leyenda de Bécquer “El rayo de luna”, se encuentra bajo el influjo de la luz lunar. El ensayista señala que en la noche el sentido de la vista pasa a un segundo plano: el oído y el olfato cobran una mayor importancia en la boscosa noche. Esta observación es de suma importancia para que una narración x cobre vida: algo que Kerouac hace muy bien al emplear una serie de imágenes sensoriales relacionadas con ambos sentidos, especialmente el del oído. 

El capítulo 9 muestra a Dios como un director de cine, idea que Duluoz menciona en más de una ocasión. En estas páginas Duluoz percibe el inicio de su locura, luego de despachar una carta a su madre e inspirar un aire de mar maligno de yodo. Siente lástima por sí mismo y alucina que el mar le grita OBEDECE A TUS DESEOS NO TE QUEDES AQUÍ PERDIENDO EL TIEMPO. Siente que ese pensamiento más bien epicúreo puede ser divino, aunque siente que el mar rechaza su presencia ahí en la costa. Deja la cabaña en dirección a San Francisco.

En el capítulo 10, Duluoz comenta que han cambiado muchas cosas en Norteamérica desde su periplo de En el camino. Se volvió prácticamente imposible hacer dedo, nadie lo lleva. Luego de caminar más de la mitad de la distancia a Monterrey, 22 kilómetros, frena un camión, manejado por un muchacho acompañado por un perro, y lo acerca hasta la terminal. 

En el capítulo 11, Duluoz se encuentra con Monsanto en su librería City Lights. Monsanto, inocentemente, le informa que su gato Tyke ha muerto. Kerouac había escrito en 1959 “Mi gato Tyke”, una declaración de amor a su amigo felino (recordemos que para un budista, más allá de las discrepancias doctrinales sobre la reencarnación, los amigos y familiares pueden volver en distintas formas). 

 “Ahí lo veo a mi gato Tyke, sentado en el césped de otoño, los ojos dorados entreabiertos, sereno, nada puede perturbarlo, ni siquiera los ladridos lejanos de los perros o la estridencia de los aviones que, arriba, dejan su estela en el vacío azulado –aviones a París y Bombay, Port Sweetenham y Cádiz, pero ¿qué le importa esto a un gato? A menos, claro, que un gato español apareciera de pronto delante de él. En ese caso, lo perseguiría hasta expulsarlo del patio. Debo decir que desde que le compré a mi madre esta casita de cuatro habitaciones, el gato ha custodiado con mucho celo la entrada de intrusos, ya fuera gatos o perros, aunque permite que los pájaros (incluso las tórtolas) coman tranquillas las migas de pan que mi madre, tan buena, les deja todas las mañanas (junto con semillas para pájaros)—Tyke tiene una valla que impide la entrada de perros, pero persigue a cualquier gato que se cuele, aunque una vez un macho gris logró seguirlo no sé cómo y llegó a olfatear su entrada secreta a través de la ventanita del sótano donde mi madre improvisó una desvencijada casucha parecida a una choza de los tarahumaras en los suburbios de Ciudad Juárez—Por esa casita, Tyke se desliza silenciosamente al sótano, usa de escalera una mesa con dos cajas encima, sube y empuja con suavidad la puerta de la cocina (nunca trabada ni cerrada con llave) para maullarle a la leche y a la deliciosa comida balanceada—Este gato gris había aprendido el ardid y una noche se produjo una ruidosa pelea en la cocina—Pero aun así el gato gris entra sigilosamente, espía con los ojos verdes si todos duermen y si Tyke, el dueño, salió de putas, y en ese caso devora todo lo que puede y se va como llegó.

Jack Kerouac y su gato

Suspiro al pensar que los problemas de Tyke son mucho más puros que los míos—Yo hago el equipaje y me visto para tomar un avión a Hollywood, donde tendré que aparecer en el programa de televisión de Steve Allen, que será transmitido de una costa a la otra. Voy a leer seis minutos de mi poesía y mi prosa lamentables—¿Traga saliva Tyke porque millones de espectadores verán esa cara el lunes a la noche y pensarán todo tipo de cosas, pensamientos de cólera que no pueden ser mejores que no tener pensamiento alguno? Tyke es como ese sabio taoísta chino que se mantiene en un nivel tan bajo como el del valle porque jamás será visto alzándose encima de nada para derribar aquello sobre lo que se alza: el Rey Secreto del Valle.

Así que ahí está, el dulce Tyke, mi hermano, cruza de persa y callejero de Florida; medita en silencio, las garras plegadas, el cuerpo encorvado como un gato Buda, los ojos casi siempre cerrados, poco dispuesto a lo que perturbe mi saludo o el rugido de un avión, se queda sin más sentado en el paso bajo del sol de noviembre, habitado en cada músculo por la Sabiduría del Sagrado Egipto.—“¿Y viaja en avión a la Costa Oeste?”, me pregunto. “¿Firma contratos, paga impuestos, abre los sobres de la correspondencia o lo apena el horror universal?” No. Contempla la línea del horizonte allí donde el espacio de disuelve en el vacío que existe en el interior de él mismo y en el interior de todas las cosas—es miércoles y su novia gata en la otra punta del barrio sabe qué él va a visitarla esta noche—y él, Tyke, sabe que se comerá un ratón y que el ratón lo comerá—la eternidad lo abate; la soberbia lo corroe, pero en el fondo nada le importa mucho, ja, ja. Y mañana al amanecer, cuando yo esté ya casi a 5000 kilómetros para ocuparme de mis naderías, él entrará a casa con la cola baja, y:

Roto el ayuno
el gato se ensortija
en la cuna del alba

y esto es tan evidente como el reflejo de mi nariz en el espejo del mediodía. 

El gran poeta inglés Christopher Smart dijo de su gato: “Pensaré siempre en mi gato Jeoffry… es ajeno a toda destrucción si está bien alimentado, y no escupe jamás si no lo provocan… todo hogar está incompleto sin él y falta una bendición en el alma… Él sabe que Dios es su Salvador… No hay nada más dulce que su paz cuando duerme.”

Existe cierta percepción de la Generación Beat como un grupejo de malvivientes poéticos. Kerouac se encarga de echar por tierra ese preconcepto al escribir con una ternura enorme sobre su gato, a quien amaba como un hijo. En la novela, Duluoz explica que el amor por los animales es una enseñanza que tomó de su hermano/ángel/mentor Gerard, que murió a los diez años de edad, cuando Jack tenía solo cuatro. Duluoz llega a decir que su relación con Tyke y con los otros gatos tenía algo de identificación psicológica con su hermano. Además, en una columna de 1960 Kerouac se preguntaba “¿Cuándo llegará el día en que la gente entienda que todos los seres vivos, ya sean humanos o animales, ya sean terrícolas o de otros planetas, son símbolos de Dios y que deberían ser tratados como tales, y que todas las cosas, ya sean vivientes o inanimadas, ya sean vivas, muertas o nonatas, ya sea bajo la forma de materia o de espacio vacío, son sencillamente el cuerpo de Dios?” Una rápida indagación sobre si Kerouac era vegetariano, como Shelley, Tolstoi o Bernard Shaw, arrojó como resultados un interés de Jack por el tema y el dato de que Gregory Corso en su estadía en Francia lo fue. En una entrevista de 1994, Ginsberg comenta que hacia el final de sus días estaba siguiendo una dieta macrobiótica, aunque por cuestiones de salud.

Este capítulo es importante para la trama porque es cuando Duluoz vuelve a beber. La muerte de su “hermanito Tyke” lo deprimió y esto sirve como excusa para volcarse a la bebida. También es importante porque comienzan a aparecer otros personajes, como Monsanto, “un gran hombre”, según Duluoz, quien lo describe como alguien con “hombros robustos, enormes ojos azules, piel rosada y brillante, esa perpetua sonrisa suya por la que se ganó en el colegio el apodo de “Smiler”…” Duluoz le comenta sobre las tres semanas felices que pasó en la cabaña y sobre su depresión actual, por pensar en su madre lejos y sin gato, y con unos beatniks idiotas que rompen un vidrio en su casa para conocer al Rey. Aquí vemos cómo la actitud del fanático es destructiva. Aparecen en escena Ben Fagan (el poeta Philip Whalen, que eventualmente se ordenó como monje budista), Dave Wain (Lew Welch, poeta descrito como “Un Walt Whitman posmoderno”, que en 1971 desapareció en la Sierra Nevada y nunca se lo volvió a ver) y un joven beatnik Ron Blake, que quiere ser como Chet Baker. 

Tanto Fagan como Wain y Blake viven en un departamento/pensión con otras diez personas, pintores, fiesteros, bohemios, “Un loquero regular”, dice Duluoz. Ahí hablan de budismo o de cómo cocinar un bife Stroganoff, entre marihuana, jazz y alcohol. También hay colchones para que los visitantes ocasionales como Duluoz pasen la noche.

En el capítulo 12 Duluoz llama a la casa de Cody, su gran héroe, y pacta un encuentro. En el camino, Duluoz observa con preocupación la expansión irrespetuosa de edificios y fábricas sobre el terreno natural. Wein comparte su preocupación y parece darle la idea para “cityCityCITY” un relato de ciencia ficción que Kerouac venía pensando desde 1954 y terminó publicando en 1959 con el título de “The Electrocution of  Block 38383939383” en la revista para adultos Nuggets. El relato, que permanece sin traducción al español, habla de un mundo cubierto por placas de acero que de tanto en tanto electrocutan a los habitantes de una megaciudad superpoblada. 

En nuestra novela, Wein dice: “Sí, es cierto, la explosión demográfica cubrirá algún día cada milímetro cuadrado de tierra de Norteamérica, y comenzarán incluso a apilar niveles de casas cogiéndose entre sí y otras a su vez encima de éstas como tu ciudadCiudadCIUDAD hasta que los edificios crezcan cientos de kilómetros en el aire hacia todos los puntos cardinales y la gente observará la tierra desde otro planeta con súper telescopios y verá una bola erizada de púas y suspendida en el espacio—Y es verdaderamente horrible pensar en eso, aun para nosotros con todas nuestras conversaciones fantasiosas, mierda, hay millones de personas y hechos apilándose y amontonándose casi hasta lo inimaginable ahora mismo, como mandriles enloquecidos estaremos todos apilados encima de los demás o cada uno del otro…Cientos de millones de bocas hambrientas pidiendo más y más…” Ecos de esta ansiedad llegan a la novela de ciencia ficción publicada en 1966 ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! de Harry Harrison, en donde Nueva York, luego de un colapso ecológico, alberga como puede a 35 millones de personas.

En el capítulo 13, finalmente, aparece Cody, quien se halla jugando al ajedrez en su casa. Duluoz y él no se habían visto por algunos años, porque Cody había pasado un tiempo en la cárcel por tenencia de marihuana. Este capítulo es interesante también porque Duluoz percibe su propia locura, que se manifiesta como un plato volador, algo que ya le había pasado antes. Wein, por suerte, lo lleva de nuevo a la cordura al explicarle que está viendo la punta de una antena de radio. Es curioso que en Busco mi camino (Easy Rider) Jack Nicholson, como George Hanson, también tenga un cuelgue alucinógeno con los OVNIS. 

Volvamos a Cody y Jack. Duluoz lo encuentra más sereno que antes. Duluoz recuerda sus aventuras juntos, pero lamenta que con el paso del tiempo todo el mundo quiere contarles sus historias. En un estante, como símbolo y sello de su amistad, Cody tiene una foto que se ha vuelto celebérrima: él y Jack abrazados en una calle soleada. Luego de hablar con Evelyn, esposa de Cody—en la vida real Carolyn Cassady—Duluoz y Wein acompañan al ídolo beat a su trabajo en una gomería. En la conversación surge el nombre de Billie Dabney, amante de Cody y personaje importante en la trama de nuestra novela.

De vuelta en la ciudad, Duluoz se emborracha y recuerda su tiempo en la cabaña. Llama a la ciudad “una trampa pegajosa”. En más de una ocasión, Duluoz se siente un insecto víctima de las circunstancias.

En el capítulo 14 sigue la fiesta en la pensión beat. En un pasaje conocemos a Joey Rosenberg, un joven a quien Duluoz describe como barbudo y de pelo largo, “un Jesús beat” de ojos azules, puro y sincero. Duluoz alucina con este muchacho, e incluso sueña que él de hecho es Jesús. Pero lo más relevante de este capítulo tal vez sea la descripción que el narrador hace del círculo (literalmente) vicioso del alcoholismo: “Cualquier bebedor conoce el proceso: el primer día que uno se emborracha todo está bien, a la mañana siguiente duele la cabeza pero puede neutralizarse fácilmente con algunos tragos y comida, pero si uno saltea la comida y continúa bebiendo hasta emborracharse como a la noche, y se levanta para seguir de fiesta, y prosigue así el cuarto día, llegará un momento en que la bebida no hará ningún efecto porque uno estará químicamente saturado y será necesario curarse durmiendo pero ya no es posible dormir porque fue precisamente el alcohol lo que hizo que uno durmiera las cinco noches anteriores, y así se instala el delirio—Insomnio, sudor, temblores, una sensación lamentable de debilidad que hace que los brazos parezcan anestesiados e inútiles, pesadillas, (pesadillas de muerte)…”

Respecto de esta dipsomanía irrefrenable, Kerouac tiene un poema titulado “Pobre Kerouac tonto de alcohol”, un ejemplo más de la autoconmiseración que predominaba en el autor:

Pobre Kerouac tonto de alcohol con su pulgar en el ojo
interesándose nuevamente en la literatura
a pesar de que una partícula de polvo 
en este instante pasa volando.
¿Cómo debería saber que los muertos han nacido?
¿El Maestro llora?

Las flores acuáticas en las que se enredó Ofelia
y Chatterton midió en la luna
son las flores acuáticas de Goethe, Wang Wei,
y de las Doradas Cortesanas.

Imaginando recomendando dignidad
para un hombre en el loquero 
lluvia.

Duerme bien mi ángel
Cociná algunos huevos
La casa en el páramo
Es la casa en el páramo
La casa es un monumento
en el páramo de la tumba
sea lo que sea su significado.

¿La blanca paloma descendió enmascarada?

El capítulo 15 presenta a George Baso, mentor de Duluoz en el budismo zen. Duluoz va a visitarlo a un hospital, donde está internado con tuberculosis esperando su muerte. El narrador piensa en un viaje a Japón con George, que nunca se daría (tiempo después Ginsberg invitó a Kerouac a un viaje a la India, pero Jack tampoco hizo ese viaje). En la vida real, Baso era el poeta Albert Saijo, quien estuvo encerrado en un campo de concentración norteamericano durante la SGM y publicó Trip Trap un libro de haikus junto a Kerouac y Lew Welch. Saijo no murió de tuberculosis, aunque cargó con la enfermedad por veinte años. 

El capítulo 16 muestra una enloquecida carrera nocturna en auto a 150 kilómetros por hora por las calles de San Francisco. Este frenesí automovilístico puede relacionarse con el relato “Después de la carrera” de James Joyce, en Dubliners, en tanto muestra una combinación de bohemia, vértigo y velocidad. Si hay algo criticable en los beats es su llegada tarde a las vanguardias que en Europa habían perdido impulso hace décadas. Por otra parte, sin los autos ni la enorme red de autopistas norteamericanas, la Generación Beat no hubiera existido, al menos tal como la conocemos. 

En el capítulo 17, en la pensión de los artistas, Duluoz se vuelve a sentir desesperado y triste por la muerte de su gato, hasta que llama Cody, quien le comenta que perdió su trabajo en la gomería. Aprovecha la ocasión para pedirle 100 dólares, que Jack le dará con alegría. La idea de ir a ver a su amigo lo entusiasma, y de repente se suman otros tantos invitados: Monsanto, Arthur Ma, un amigo chino, el poeta McLear… todos irán a pasar unos días a la cabaña, y Jack irá a visitar a Henry Miller. 

Cody le promete a su mujer que buscará trabajo el lunes – primero está la fiesta con los amigos— y ella acepta. Jack pensaba que nunca volvería a ver el puente que lleva a la cabaña, y al encontrarse allí se ve colmado “de asombro y tristeza”.

En el capítulo 18, nos enteramos que Cody, pese a ser nativo de California, no conocía la región, que lo impresiona. Me interesa particularmente la descripción que Jack hace del chino Ma, quien en la vida real fue Victor Wong, un actor de cierto renombre (actúa en una película de Carpenter y en El último emperador) y buen amigo de Ferlinghetti. En la novela pinta cuadros abstractos en cantidades extravagantes, de a veinticinco. Monsanto, ante los visitantes que se amucharon en la cabaña, expresa un pensamiento de cierta preocupación: una multitud en ese entorno boscoso y sacro le parece “una profanación, una violación”. Es una suerte de solemne pedido de respeto por el lugar.

Todo lugar sagrado tiene un portal de ingreso. Aquí esta función la cumple el puente de Bixby Canyon, o Bixby Creek, perteneciente a la Ruta estatal 1 que se extiende por 1000 kilómetros en la costa californiana. Cody llama al puente “ese puente hijo de puta”, mientras que Jack lo describe en términos terroríficos. 

Bixby Creek Bridge, California

El investigador y curador Isaac Gewirtz señala que toda la obra de Kerouac está signada por una progresión espiritual que concluiría en una gran leyenda americana, la de los Duluoz. Su ambición literaria iba a la par de una disciplina espiritual heterodoxa si no ecléctica. Gewirtz llama a Kerouac “el budista cristiano” para luego apodarlo el “cristiano budista”, lo cual refleja el cambio de opinión que Kerouac tuvo respecto de la religión a lo largo de los años. 

El poema “Buda” (versión de Esteban Moore) nos da cierta idea de su devoción incipiente, en un contexto de hipermodernidad ruidosa:

Acostumbraba sentarme bajo los árboles y meditar 
acerca del encendido silencio de la oscuridad,
su brillo de diamantes y de la brillante imagen 
de los diamantes en el espacio
y del espacio rígido de luces 
y los diamantes disparados atravesándolo 
y el silencio.

Luego cuando un perro ladró 
creí que eran ondas de sonido
y también automóviles que pasaban, 
y una vez oí un avión a reacción que confundí 
con un mosquito en mi corazón,
y una vez observé muros color salmón,
rosados y de rosas moviéndose 
y aullando en los cortinados de la noche.
Alguna vez perdoné a los perros, 
y sentí lástima por los hombres,
me senté bajo la lluvia contando las 
cuentas de un collar mágico,
las gotas de lluvia son el éxtasis, 
el éxtasis es una gota de lluvia
los pájaros duermen cuando los árboles 
entregan su luz durante la noche,
los conejos duermen también, y los perros.

Yo poseía un sendero que podía seguir 
a través de los bosques de pinos
y un perro de caza, blanco, fosforescente, llamado Bob,
que me guiaba cuando las nubes cubrían las estrellas
y luego me comunicaba los sueños 
de un perro amante enamorado de Dios
los sábados por la mañana yo estaba ahí, bajo el sol,
contemplando el límpido aire azul, mientras los ojos
de los Llaneros Solitarios penetraban el polvo 
del desfiladero de mis pensamientos, y los indios,
y los niños, y las películas.

O los sábados por la mañana en China 
cuando todo es tan claro,
cristalinas imaginaciones de lagos prístinos,
conversación con las rocas, 
con una mochila a través de las Mongolias
y de las silenciosas rocas templos 
en los valles de grandes peñascos
y de arcillas lavadas en el pequeño lago, shh
siéntate y medita ociosamente

Y si los hombres estuvieran muriendo o durmiendo
en tejados inalcanzables, si los sapos croaran
una o varias veces para señalar la suprema majestad mística
¿Cuál es la diferencia? 
Yo he visto el firmamento azul,
no es diferente de un gato muerto
y el amor y el matrimonio.

No son diferentes del barro eso es la sangre 
ni de la arcilla encendida rostros de ángeles en todos lados
iluminados inteligentes, con la ansiedad de Dostoievsky
orando en sus caras de ceños fruncidos,
torcidas y grandiosas.

Y en muchas ocasiones a la medianoche el Buda
agitó una hoja sobre mí en el momento de la meditación
para recordarme 
“Esta meditación se ha detenido,”
efectivamente así había sucedido 
pues allí no había pensamiento
yo no me hallaba líquidamente 
misteriosamente cerebralmente allí.

Y finalmente me transformé en un diamante
y me senté rígido y dorado, el oro a sí mismo,
no osaba respirar para romper el diamante
que de todos modos no puede cortar 
un pan de manteca,
que frágil y quebradizo es el diamante, 
con qué velocidad regresó el pensamiento,
es imposible existir
Buda dice:
“Todo es posible”
Rostro del Buda, dibujo de Jack Kerouac

Si bien tuvo un período en el cual cuestionó al cristianismo, a sus dieciocho años, como estudiante en Columbia, Kerouac halló en las escrituras sagradas de la India y China una manera de abordar sus propios problemas existenciales. En 1942, Jack escribió sobre el karma en uno de sus diarios, pero nunca terminó de aceptar por completo la idea de un Dios impersonal. Para Kerouac, la mayor prueba de la existencia de Dios se hallaba en el contacto estrecho con la naturaleza. Hacia 1947, Jack escribe ocho salmos en alabanza a la divinidad, agradeciéndole por el gozo recibido y rogándole que disipe la angustia que lo acecha. Los profetas que Jack exalta en estos salmos, sin embargo, no son los del Antiguo Testamento, si no los escritores de la tradición norteamericana: Thoreau, Whitman, Melville…a quienes considera “los colegas que han llamado a Dios”. En otro de los cánticos, Jack agradece la luz de Dios y la salvación que ha recibido de su parte, a diferencia de los hombres tristes y las mujeres melancólicas de la ciudad. Este salmo concluye con unos versos desesperados: “Debo ver tu rostro esta mañana, Dios, tu rostro a través de ventanas polvorientas, a través del vapor y el furor, debo escuchar tu voz por sobre los repiqueteos metálicos de la ciudad: estoy cansado, Dios, no puedo ver tu rostro en esta historia”. 

Como Kerouac no podía aceptar la idea de un universo vacío, sin una deidad personal que lo rija, encontró en Avalokitesvara, boddhisattva de la compasión, el salvador que estaba esperando. Al menos momentáneamente. En 1955, Kerouac considera a Jesús un Buda, pero le endilga el haber endulzado la verdad, que ya había expuesto sin ambages Gautama, para llegar a las masas. Este es el año en que Jack comienza a integrar el budismo con el cristianismo. En 1956 Kerouac escribe Los vagabundos del Dharma, libro publicado en 1958. En aquella novela el protagonista pasa varios meses con el poeta y traductor Gary Snyder (Japhy Rider en la ficción), a quien conoce gracias a Ginsberg, en una cabaña de California. La ideología de izquierda de Snyder y su rechazo por el alcoholismo de Kerouac hicieron que eventualmente se distanciaran, y en 1958 Kerouac comienza a explorar la idea de un Dios personal de manera más explícita. En su diario escribe: “Siento que existe un Salvador personal, pero no lo sé. Siento la Presencia, siento la lección que me está enseñando. Desearía ser inteligente. Desearía poder salvar a todas las criaturas de su dolor y preocupación”. 

Kerouac incluso pintó algunos cuadros, varios de los cuales tienen motivos cristianos: la cruz, la crucifixión, la visión de los pastores… Después de tantas dudas y cuestionamientos filosóficos y teológicos, Kerouac vuelve a la religión de su infancia y su comunidad. En Big Sur, Duluoz lee a Tomás de Kempis, su Imitación de Cristo, del que se dice es uno de los libros de mística católica más importante (influyó a John Wesley, fundador del metodismo, también). El libro es conocido en latín como Kempis, contemptus mundi (menosprecio del mundo, que es lo que el protagonista intenta hacer en su cabaña/ermita). Baste con citar dos de los consejos devocionales para comprender la intención de Duluoz, al menos durante el primer tercio de la novela:

Capítulo VIII.

CUIDAR LA INTIMIDAD.

1. “No le abras tu corazón a cualquiera” (Sirácida 8, 19), sino comunícate con los sabios y respetuosos de Dios. Con los inexpertos y extraños procura estar poco, con los ricos no seas adulón ni goces presentándote con los magnates; con los piadosos y equilibrados procura conversar y trata con ellos de lo que contribuya a tu edificación. No tengas intimidad con mujeres desconocidas pero ruega a Dios que las haga buenas. Vive íntimamente con Dios y sus amigos y evita las novedades.

2. A todos hay que querer pero no es conveniente intimar con todos. A veces admiramos a quienes no conocemos pero el contacto con ellos hace que brillen menos. Pensamos agradar a las personas con nuestra conversación y empezamos enseguida a molestarlas cuando descubren en nosotros tantos defectos.

El capítulo 19 Arthur Ma, en medio de un asado en donde todos cantan, beben o hablan tonterías, grita “Cállense un poco, hijos de puta, tengo un agujero en el ojo” y más tarde tiene un duelo verbal de poesía improvisada con Jack, en donde el sinsentido es la regla. En una suerte de cadáver exquisito oral, el francocanadiense y el hijo de chinos se complementan a la perfección.

En Jack’s Book, el verdadero Ma, Victor Wong recuerda el hecho de la siguiente manera: 

A diferencia del resto del grupo, “Kerouac me parecía real, por algún motivo… Todo el mundo hablaba pero él estaba sentado ahí. Le pregunté una vez si se sentía bien y me dijo que no tenía nada para decir. 

Kerouac estaba pasando por un momento terrible. Se había hecho famoso. La película de los Subterrános había salido hace poco. Estaba en la tapa de la revista Time. Eso lo asustó mucho, “Ahora que soy un tipo importante, ¿cómo se supone que escriba esas cosas que escribí cuando no era una personalidad pública? ¿Esperan que escriba cosas que estén al mismo nivel?” Así que se quedó congelado”.

El consejo que Wong le dio a Kerouac fue que para superar el bloqueo creativo, volviera a su niñez y a Lowell y encontrara una respuesta para eso. La respuesta de Kerouac fue que Lowell era un pueblo muy deprimente, y que no creía que pudiera volver.

Wong comenta que Jack en un momento de la velada tomó un libro y se puso a leerlo en voz alta. Era Doctor Jekyll y Mister Hyde, pero Kerouac estaba inventando. Iba improvisando palabras y, a medida que los huéspedes se iban quedando dormidos, él y Wong se divertían cruzando frases. Wong se quedó dormido, y al dar su testimonio sobre el momento, en 1976, se asombraba de que Kerouac hubiera recordado todo tal como sucedió, lo cual era, para él, parte de su grandeza.

La confusión mental de Duluoz/Kerouac continúa creciendo. Luego de algunos días de alegría, acompañado por sus amigos poetas, vuelve a San Francisco y se dedica a beber. Ferlinghetti lo lleva a su casa y, preocupado, le pide a Wong que hable con su padre para que le dé a Jack un consejo de vida, una palabra de sabiduría. Aturdido por el alcohol, sucio y desprolijo, Jack hubiera sido mal recibido, así que lo cambian, se afeita y lo llevan a la tienda del padre de Wong, que servía como sitio de discusión política respecto de la situación entre la China comunista y Taiwán. Luego de un intercambio en chino respecto de la identidad del misterioso ebrio, un extraño para el padre de Wong, Kerouac habla con él. El diálogo es breve, y la conclusión la siguiente: Kerouac, según el padre de Wong, debía ser como los monjes zen japoneses; debía ir a las montañas, beber todo lo que quisiera y escribir poesía. 

Quisiera compartir como colofón una galería de imágenes relacionadas con Kerouac y la novela. También creo que sería interesante que escucháramos, en inglés, un fragmento del poema “Sea”, que es el que Duluoz trata de escribir en Big Sur, entre tantas idas y vueltas.

Matías Carnevale (UNICEN)